Capitulo 7

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ME DESPERTÉ destrozado. Dormir en una silla en el cuarto de estar de Rand había sido una mala idea, pero es ahí donde me quedé dormido viendo la televisión. Sentía mis veintiocho años y, aun estando dolorido, cuando se lo dije al tío de Rand, Tyler, se rio de mí.

 

—Ya hablaremos de nuevo cuando tengas setenta y cinco —me dijo, sirviendo café para los dos.

 

La mirada que le eché le hizo reír, al igual que mi comentario sobre lo mucho que me dolía.

 

—Tómate el café. Te prepararé algo para desayunar. Puedes venir al establo conmigo para ver cómo Chase y Pete asisten a un ternero. ¿Has visto alguna vez parir a una vaca?

 

—No, señor. —Sacudí la cabeza, sin estar seguro de que eso fuera algo que quisiera ver después de todo.

 

—Bien, ven entonces, no es algo que te quieras perder.

 

Me sentí mejor caminando junto al anciano, llevando mis vaqueros y una camiseta, escuchándole hablar, temblando con el aire frío de la mañana y deseando todo el tiempo que ojalá me hubiera puesto una camisa. El simple hecho de moverme me estaba desenroscando la columna vertebral, y me resultó reconfortante saber que no se esperaba que yo hablase.

 

Nadie vino a buscarme. Charlotte había olvidado la tradición del novio y la novia de estar separados la noche antes de la boda, y ella y Ben permanecieron juntos hablando hasta tarde. Fui arriba una vez para ver si

 


 

 

él se había marchado, pero, al oír voces a través de la puerta, me fui. No quería inmiscuirme.

 

Rand se había ido. No estaba en su dormitorio ni en la casa ni en ningún sitio donde pudiera encontrarlo. Lo peor de todo era que, obviamente, él no me había necesitado. Daba que pensar. El sexo caliente y sudoroso sobre un electrodoméstico no se traducía en que Rand quisiera tenerme acurrucado a su lado por la noche. Había esperado la escena del hombre de las cavernas, esa en la que él llega y me encuentra para arrojarme sobre su hombro y llevarme hasta su cama. Que pareciera que me había olvidado era devastador. Quería huir en vez de enfrentarme a él, avergonzado por estar tan necesitado.

 

Un apretón de hierro en mi bíceps me sacó de mis pensamientos.

 

—¿Estás bien?

 

—Sí, señor. —Le sonreí.

 

Eché una mirada por el rancho mientras seguía al anciano. La casa de dos plantas de la que veníamos era realmente preciosa, e incluso los establos y la barraca donde los seis empleados del rancho comían y dormían tenía un ambiente hogareño. Al girar a la izquierda hacia el granero, una mano agarrando mi hombro me detuvo en el acto.

 

—¿Dónde vas? —me preguntó el anciano. Señalé a la estructura de madera con la cabeza.

 

—Al granero.

 

—Allí no hay nada que vaya a dar a luz. Ahí es donde guardamos el tractor y esas cosas.

En el momento perfecto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora