_Capítulo 2_ Encuentro predestinado

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Entre la gente de Guanajuato, había un hombre muy reconocido y apreciado por ser un filántropo, es decir, una persona que se preocupa y trabaja por los demás, cuidando su progreso de forma desinteresada, su nombre era "Felipe de Jesús Montenegro XIII" pero todos le llamaban "Padre Chuy" vivía en una grande pero humilde iglesia que se llamaba "Corazón Sagrado de Jesús" este lugar servía también como convento y orfanato para niños desamparados sin familia, dicha iglesia se encontraba un poco alejada del pueblo, rodeada de campo y cerca de un lago.

Aquel gentil hombre junto con las monjas, se dedicaban a reunir fondos para su iglesia vendiendo alimentos y manualidades hechas por las mismas mujeres, el padre se mostraba empático, escuchando con atención a las personas y ayudándolas siempre en lo que esté a su alcance.

A pesar de mostrarse tranquilo y sonriente la mayoría del tiempo, aquel padre ocultaba una gran preocupación, puesto que llevaba un largo tiempo buscando a un niño al que le habían dejado bajo su tutela, después de que sus padres murieran trágicamente, el niño solamente había escapado, el padre, había mandado cartas y peticiones a los gendarmes para que lo localizasen, pero jamás encontraron al pequeño, aun así, el anciano no perdía la esperanza y estaba seguro de que algún día lo encontraría.

Además de eso, en los últimos meses, el padre había escuchado que últimamente en el pueblo se estaban suscitando múltiples robos, todos a condes y gente importante de la realeza española, incluso llegó a oír, que a un avaro duque, le habían robado su sala y sus candelabros de plata que había traído de sus viajes a París.

Después de muchas denuncias, los gendarmes se pusieron en alerta y vigilaban cada rincón del pueblo, deteniendo a quienes se mostraban sospechosos, tanto así, que se llegó a declarar toque de queda a las siete de la noche, para que la gente se recluyera pronto en sus hogares, el padre tenía curiosidad por el asunto, pero no podía investigar más a fondo por sus obligaciones.

Hasta que un día, pasado ya el toque de queda estando completamente de noche, el anciano caminaba por los estrechos callejones de Guanajuato, este regresaba de repartir pan en el centro de la ciudad para los necesitados, en su camino se topó con dos chicos con una oscura túnica, recargados en la pared y de brazos cruzados, el padre pasó a lado de ellos y los saludó cortésmente sin recibir respuesta, al poco rato se percató de que ambos jóvenes con pañuelos que les tapaban la mitad del rostro, lo comenzaron a seguir, hasta que uno de ellos le cerró el paso.

-Es muy peligroso que un anciano ronde a tan altas horas de la noche, deme todo su dinero, sin escándalos... -Le dijo aquel chico estirando su mano.

-Lo lamento mucho joven, pero no tengo nada de valor que pueda interesarte, solamente tengo esta hogaza de pan -Contestó el padre tranquilo.

- ¡¿Y cree que le voy a creer maldito español?! ¡He dicho que me dé su dinero! No le pasará nada si coopera ¡Si no me da su dinero ahora verá lo que es bueno! - Dijo el ladrón enfadado que le arrebató el bastón haciéndolo caer y este planeaba golpearlo.

-¡¡Ya estuvo!! ¡¡Es solo un anciano!!- Lo detuvo su compañero y le arrebató el bastón - ¡¿No te das cuenta de que es un padre!?

- ¡¿Y qué?! ¡Ellos son igual de avaros e hipócritas! - Contestó forcejeando con su compañero para que le devuelva el bastón.

- ¡Nombre si estás mal! ¡Nosotros robamos! ¡No asaltamos! No está bien golpear a los ancianos, estás llevando esto muy lejos, déjalo ir... ¡AHORA! - Se interpuso su compañero y ambos se miraron seriamente por unos momentos.

-Bien... Por ti lo dejaré ir...Pero cuidadito si anda de soplón, porque ahí si ya no tendrá tanta suerte- Contestó el joven y le aventó el bastón al padre- ¡Vayámonos pues "Gato"!

Santiago soló miró extrañado al padre y sin decir nada, ambos chicos se marcharon corriendo de allí, poco después dos gendarmes vinieron en la ayuda del padre, al escuchar el escándalo.

- ¡Padre Chuy! ¿Se encuentra bien? Es toque de queda no debería estar fueras ¿Fueron esas ratas callejeras quienes lo lastimaron? - Dijo uno de los gendarmes que lo ayudó a levantarse.

-Si, estoy bien, solamente me tropecé no se preocupen...

- ¿Está seguro? No toda la gente merece misericordia padre... Esos rateros ya están podridos hasta el fondo y deben ser castigados.

-Lo sé caballeros, pero de verdad no ha sido nada, me entretuve tanto en mis labores que no miré la hora, disculpen - Se despidió amablemente el anciano y se marchó.

-¡¡Falsa alarma!! ¡¡No hay nadie por aquí!! ¡¡Sigan buscando en todos los callejones!!- Gritó el uniformado alertando a sus compañeros.

El padre Chuy reanudó su camino a la iglesia, se quedó pensando en ese chico que lo había defendido, a pesar de que este tenía medio rostro tapado, algo en él le había parecido familiar, siguió caminando hasta llegar a la iglesia y entró directamente por la capilla, allí miró a una mujer rezando hincada frente a la gran cruz, era de tez morena, su cabello largo y negro estaba cubierto por un reboso, tenía una larga falda de manta, el anciano se acercó para hablar con la angustiada mujer.

-¿Que te sucede hija mía? Es toque de queda y te meterás en problemas si te encuentran aquí ¿Hay algo que te preocupa? -Le preguntó el padre amablemente.

-Padre yo... Estoy demasiado preocupada por mis niños, hace unos días me enteré de algo que me asustó muchísimo y no puedo dejar de orar por ellos.

- ¿Puedo saber qué es? -Preguntó el anciano.

-¡¡Creo que mis hijos son ladrones padre!! Sin querer entre sus cosas encontré dinero, era demasiado dinero, nunca me dicen a donde van o que hacen durante el día, los he pillado mintiendo padre, usted sabe que a los ladrones se le condena a muerte, si eso pasa con ellos ¡Yo no sé qué haría! -dijo la mujer al borde del llanto.

-Tranquilízate hija ¿Puedes decirme tu nombre y como se llaman tus hijos?

-Mi nombre es Zazil... Soy originaria de Jalisco, toda mi familia vive allá, pero desde que mi esposo nos abandonó no he tenido dinero para volver y me dediqué a cuidar a mi hijo Diego, fue tanta mi impresión hace tiempo, que caí muy enferma, Diego se ocupó de mí y después trajo a otro niño a casa, el pobrecito no tenía papás, a pesar de nuestra situación lo dejamos quedarse y lo cuidé también como a mi hijo, se llama Santiago González de la Cruz, él quiso conservar los apellidos de sus papás a pesar de que no los recuerda...

Hasta que te Conocí...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora