Capítulo 5

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París.

París, París...

París es la ciudad más perfecta del mundo y recorrerla junto a un parisino es idílico.

Jean Paul maneja su auto. Sé que detrás va su equipo de seguridad, pero ellos parecen entender que necesitamos cierta privacidad. Vamos a Versalles y aunque no entramos, me cuenta sobre María Antonieta y todos los gastos que hizo, sus fiestas... También me habla sobre la Revolución Francesa y Napoleón. Me quedo mirándolo admirada por su sabiduría.

Cuando nos detenemos en Louvre y se baja, no estoy segura de qué hacer. Me abre la puerta y me ofrece su mano.

—Las ventajas de ser uno de los mecenas, es que puedo tener recorridos privados y me imagino que deseas ver a la Mona Lisa, así como yo deseo admirarte.

Y aquí vamos de nuevo. Parece darse cuenta porque en un gesto muy tierno, aprieta mi nariz y luego deja un beso en mi coronilla. Lo sigo hasta el museo. Por supuesto que moría por venir aquí, pero con una agenda tan copada, estaba resignada a que no podría ni oler la entrada. Nos detenemos frente la pintura icónica de Leonardo Da Vinci y por unos minutos él se queda en silencio.

Respiro hondo tomando valor y le digo:

—Gracias.

—No hay nada por lo cual agradecerme.

Difiero y me giro, me saca casi veinte centímetros y es el hombre más guapo que he visto en mi vida. Su perfil está circunspecto, parece que está concentrado, admirando la pintura. Parece darse cuenta de mi escrutinio y se gira para mirarme.

—Sí, sí lo hay —le aseguro cuando fija su atención en mí—. Apenas me conoces y te tomas este momento para enseñarme tu ciudad. Muchas gracias.

Jean Paul sonríe y les juro que nunca he visto sonrisa más bella en el mundo, ni siquiera en este museo lleno de historia y hermosas obras de arte. 

—Es un placer. No siempre conozco una mujer tan hermosa como tú.

—Senador...

—Por favor —me ruega—, llámame Jean Paul.

—Está bien —acepto.

Me ofrece su mano y hace de guía por todo el museo. Al terminar, se despide del vigilante con tanto cariño que me admiro; nunca había conocido a nadie tan simpático.

Subimos a su auto, su móvil suena y contesta en francés. Giro mi rostro, en poco regresaremos al hotel y todo esto quedará como un sueño; uno que nunca olvidaré, no puedo evitar sentir nostalgia. Muchas veces deseamos todo aquello que no podemos tener y parece que en este caso, es lo que sucederá.

—¿Tienes novio? —me pregunta sacándome de mis pensamientos.

Giro mi rostro para mirarlo, está atento a la carretera cuando entramos al icónico túnel en donde murió Lady Di. 

—No, no tengo novio —contesto hipnotizada por su perfil perfecto.

Me echa un vistazo por el rabillo del ojo y dibuja una sonrisa. Yo muerdo mi labio inferior sintiéndome un poco cohibida. 

—Interesante. Una chica como tú, hermosa y exitosa, soltera... es un partido que no puede dejarse pasar.

—No todos los hombres son capaces de compartir a sus chicas con el trabajo.

—No soy como cualquier hombre, Ashely —me contradice—. Y puedo asegurarte de que tú no eres cualquier mujer.

—Tienes razón.

Estaciona frente al Sena y me quedo admirada. Realmente París de noche es la ciudad más hermosa del mundo. Nos bajamos y me abrazo porque a medida que cae la noche, el frío se hace más fuerte. Escucho abrir y cerrarse la puerta del auto, mientras camino hasta el puente para tomar una foto de la Torre Eiffel desde aquí. Apenas he dado unos pasos cuando coloca la cazadora de su traje en mis hombros. El aroma de su perfume inunda mis fosas nasales: Jean Paul huele a especias con una combinación de pasión y seducción.

Un beso en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora