Capítulo 7

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Una semana para una conferencia tan importante es muy poco tiempo, pero desde aquella noche no dejo de pensar en Jean Paul. Vivo en las nubes por así decirlo y nunca he sido una chica que sueña con el romance. Parece que esto solo sucede cuando llega la persona indicada.

Todas las noches salimos a cenar y cada vez me intereso más por él, pues es un hombre que a medida que lo vas conociendo, te hechiza con su personalidad avasallante y al mismo tiempo, te sorprende con gestos como, por ejemplo, el recordar el nombre de personas que para otros solo sería indiferente; su inteligencia y conocimientos le hacen interesante. 

Me encanta cuando me toma por la cintura y me susurra algo, así sea un simple comentario del lugar que visitamos o lo mucho que le gusto. Quizá por eso me siento tan nerviosa esta noche, mi jefa sabe que estoy saliendo con él y está encantada; y creo que está haciendo de casamentera. 

Me muero de las risas, me siento como en cuento de hadas en donde todo sucede muy rápido y aunque dentro de dos días tomaré un vuelo con destino a Nueva York, nunca olvidaré las noches en París junto a Jean Paul. Me doy un último vistazo frente al espejo, llevo un vestido sirena con escote de corazón de color negro; mis curvas se adhieren a la tela y se me corta el aliento. Me hice un semi-recogido y ondulé las puntas de mi cabello, decidí delinear mis ojos y usar un lápiz labial de color rojo para mis labios. Tomo mi bolso de mano y salgo para buscar a Leah. Cuando salgo, Arthur se queda mirándome. Apenas me dirige la palabra desde que salgo con Jean Paul, pero el corazón elige solo y normalmente escoge a aquella persona que es capaz de encenderlo. No obstante, cuando paso por su lado me susurra muy bajito:

—Estás preciosa. 

Sonrío y él mismo abre la puerta de la habitación de nuestra jefa. Está entretenida en su móvil, sube su mirada y esboza una sonrisa de esas que solo una madre le daría a su hija. Se levanta y me quedo sin palabras al ver su vestido, realmente Carolina Herrera le tiene las medidas a Leah.

 —Estás despampanante —le halago.

—Igual tú —contesta un poco sonrojada. Camina hasta la mesa de noche y toma un estuche de terciopelo—. Sabes que nunca tuve una hija, pero eres lo más cercano a lo que nunca tendré. Por eso deseo darte esto.

Cuando se acerca y lo abre, me quedo sin palabras: es una hermosa gargantilla de diamantes.

—Leah, yo no puedo aceptarlo.

—Es un préstamo y estoy segura que sabrás cuidarlo —Me lo coloca y luego me da un beso en la mejilla. Salimos conversando y felices, ya que esta noche cerramos con broche de oro el trabajo de más de dos años. 

Ella logró convencer a más de cien países que el cambio comienza educando a la población, desde dejar de usar aerosoles hasta no arrojar basura no degradable en los vertederos. Este mundo es realmente un paraíso y nosotros somos los únicos culpables de su destrucción.

Bajamos al vestíbulo del hotel y cuando se abren las puertas del ascensor, me quedo sin aliento: Jean Paul me espera vestido en un esmoquin hecho a medida y su mano sostiene un hermoso ramo de rosas rojas. Se acerca, me lo entrega y me da un beso casto en los labios.

—Estás preciosa —susurra muy cerca de mi cuello. Se separa y le da dos besos a mi jefa—. Leah, tan hermosa como siempre.

—Todo un galán —apostilla Leah—. Debería ofenderme ya que para mí no hay flores, pero no puedo, ya que Ashely merece eso y más.

Jean Paul me pide permiso y toma una rosa de mi ramo. Sonrío cuando se la entrega y le da un beso. Luego me ofrece su brazo y lo tomo, entonces salimos los tres.

Afuera, un montón de flashes nos ciegan y los guardaespaldas nos ayudan a subir a nuestros autos. Leah sube al suyo y seguidamente entra el nuestro y hacemos lo mismo. Cuando estamos solos, Jean Paul me sorprende robándome un beso tan apasionado que me corta el aliento.

Un beso en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora