El encuentro [1]

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Amarillis, con la última carta de su hermano arrugada entre sus palmas, se sintió perdida.

Ese eco en el fondo de su cabeza se mezclaba con su consciencia y le gritaban que evitará un camino de muerte.

Sus padres, ella y, probablemente, su hermano, estaban condenados a morir a menos que los Hermenius terminen involucrándose con ellos.

Su padre había sido el maestro del primogénito y único hijo de esa familia, que a pesar de los años que venía haciendo aquel trabajo, jamás había terminando relacionándose con aquel chico, si mal recordaba era apenas unos meses mayor que él, siempre presumía de las extrañas ideas que tenía, pensando en llevar a la botánica a nuevas alturas, alguna vez le dijo pionero.

También recordaba que para su mayoria de edad, varios de los dueños en la plaza anexa donde trabajaba, mandaron a arreglar sus trajes para la fiesta que ofrecía la matriarca en honor a su hijo.

Y lastimosamente, no era tiempo de lamentarse por el trágico destino que le deparaba, era momento de aferrarse a su ruta de escape, su vía segura, la familia Hermenius debía ser su aliada, y ahí también estaba el problema, que a pesar de las pocas anécdotas que su padre traía del trabajo, no sabía nada más sobre aquel hombre que representaba la esperanza de que su familia estuviera a salvo.

Porque así eran los sueños, eran advertencia, para evitar un destino.

La luz de aquella lámpara que se encontraba en su habitación empezaba a debilitarse, y su cabeza realmente no daba, para idear una estrategia, y aunque de momento no le agradaba la idea, su única opción era dormir.

¿Quién sabe? Quizás en esta ocasión, no le de otro sueño de muerte, sino algo esperanzador, pensó Amarillis mientras su cuerpo caía rendido en la cama.

Lo único que le mostraron sus sueños fueron el retorno de los diversos frascos de colores y su dulce aroma, pero con una leve modificación, como si la voz omnipotente que gobierna su inconsciente se transformara en un instructor, pero pudo notar un cambio, no era la voz hueca de siempre, era una voz más ronca y casi desgastada, hecha por unas manos ya maltratadas con el tiempo.

Toda la imagen que venía a su mente, fue una analogía a un experimentado cocinero guiando a un aprendiz en sus últimos días. No entendía que podía ser útil, no hasta que la mañana siguiente su padre volvió a presumir de su alumno.

Intento ignorar el hecho que no podía relacionarse con él por el momento e intento escuchar con mayor detalle lo que decía, y lo recordó, el joven Hermenius estaba luchando por encontrar algo nuevo con la botánica y aquella voz que la guio en sus sueños, parecía estar haciendo eso mismo.

Esa era su oportunidad para poder hacerlo un aliado.

Trágicamente, toda esa línea de ideas demoraron en llegar del camino al trabajo, su padre ya se había marchado, ya no había posibilidad de contactar con él hoy.

Llegó a su trabajo a continuar con su rutina usual, su madre se encargaba de atender a las personas más importantes junto a la Señora Eckheart, dejándole a ella el atender a los que ellas consideraban clientes con solicitudes sencillas y cuidar de la caja en los días que no había entregas que verificar.

Eso hacía de aquel día tranquilo, lo suficiente como para poder distraerse y crear estrategias para poder llegar a contactar con aquel Hermenius, o en su defecto dibujar por largos ratos en su cuaderno, lleno de bosquejos y pequeñas figuras femeninas, de maniquís y largos o cortos vestidos llenos de flores.

Nada mejor que divagar en sus diseños imposibles, para distraerse de su posible muerte.

Eso pensaba mientras una larga sombra se posó frente a su mostrador, era aquel chico que la ayudó con la Señora Eckheart.

- Wyatt - dijo ella, mientras cerraba su cuaderno.

La oportunidad de contactar con los Hermenius había llegado a ella, sin siquiera saberlo, en forma de un nervioso chico con pequeño ramo de flores.

El sueño de AmarillisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora