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Este día abarca el TID pero al no tener conocimiento al respecto decidí cambiarlo. Así que:

Día 1: Apego

***

Camilo caminó con lentitud por el lugar, las hojas sonando bajo sus pies. Tenía un juguete de perro en la mano, y lo hizo sonar varias veces para llamar la atención de cierto canino.

—¡Dante! Hola pequeño.

El perro se llevó su juguete y Camilo rió, sentándose junto al dueño de aquel perro.

—Cariño. Llegué tarde, perdón es que... —rió suavemente—. Me estaba acordando de cuando éramos chiquitos. ¿Tú te acuerdas?

Desde que se conocieron, Camilo siempre tuvo cierto apego hacia Miguel. Era adorable, como un pequeño Camilo de 8 años seguía a su amigo a cualquier lugar. Miguel nunca pareció molesto al respecto.

Se habían conocido porque en un viaje corto a México, Pepa se hizo realmente cercana a Luisa, la madre de Miguel. La mujer viajó a Encanto y los hijos de ambas se hicieron inseparables.

Llegaron pijamadas, juegos, citas, comidas. Eran verdaderamente cercanos, más el joven Madrigal. Él era el más demostrativo y cariñoso, el que tenía todas las ideas, el que lloraba desconsoladamente cada vez que tenían que separarse.

Hubo una vez en particular. Miguel y Camilo estaban sentados en el pasto, jugando con figuras de acción.

Él es un soldado —explicó el de rizos, mostrándole uno de los juguetes a su amigo.

Ohh, y este es su compañero.

Pepa se acercó a los niños, pasando los dedos por el cabello de su hijo.

Camilo, es hora de irnos cariño.

Los ojos del pequeño se aguaron, tanto que la mujer se sintió culpable.

Mamá, cinco minutos más, ¿si?

Pepa suspiró al mirar a su hijo de esa manera. La mirada de cachorro en sus ojos.

Solo cinco minutos, ¿está bien?

Camilo solo asintió suavemente y siguió jugando con su amigo. Todo bajo la mirada curiosa de su madre.

—No fueron cinco minutos, claro. Porque nunca me soltabas, ni yo a ti —suspiró cuando Dante se recostó junto a él y le dio el juguete—. Ni siquiera cuando crecimos.

Los años pasaron y las cosas seguían tal y como cuando eran niños.

Al cumplir diez, ambos se la pasaban en los parques. Saliendo solos incluso. Fueron etapas difíciles para ambos, pero se tenían el uno al otro. Hicieron una promesa. No importaba que, no se dejarían el uno al otro.

—Migue... —comenzó al llegar a aquella parte, pero decidió guardar silencio—. Bueno, nunca te voy a perdonar cuando no me cubriste en lo que estábamos jugando.

A los 13, sus gustos evolucionaron hasta los videojuegos. La situación siempre había parecido la misma.

Cúbreme —dijo Camilo.

Si dejas de salir corriendo, claro que sí.

La madre de Camilo podía escuchar el videojuego y las risas de los adolescentes dentro del cuarto. Cuando se asomó y tocó la puerta para llamar su atención pudo ver lo concentrados que se veían.

Cinco minutos más, ma —ahora suplicaba un Camilo de 13 años, sin poder despegar la vista de la pantalla.

Pepa se cruzó de brazos. Aún así, terminó asintiendo.

Solo cinco minutos, Luisa está cansada.

Y Camilo le dio una suave sonrisa. Aunque desapareció después cuando ambos perdieron. Camilo regañó a su amigo, Miguel solo se rió por su enojo.

Antes de que pudiera irse, Miguel lo detuvo.

Ven, quiero mostrarte algo.

En el patio trasero, Camilo pudo observar a un cachorro de Xoloitzcuintle que corrió hacia ellos. Miguel lo tomó en brazos y sonrió.

Su nombre es Dante.

¿Dante? —preguntó, acariciando al perro con gentileza—. Es un lindo nombre.

Por primera vez en su vida, Camilo pensó que el nombre no era lo único lindo que estaba presenciando.

—Era un cachorro y míralo —acarició al perro, quien llevó el juguete a su lado—. Es súper enérgico. ¿Qué haremos con él? Me siento como mi mamá cuando le hablé más de ti.

Fue hasta los 15 que el tema se tocó más abiertamente, y justamente por el Madrigal. Se sentó junto a su madre en la cocina y después de unos minutos de silencio, por fin habló.

¿Crees que...que paso mucho tiempo con Miguel?

No lo sé cariño, ¿tú piensas eso?

Un poco... —El de rizos tomó la mano de su madre—. Mamá, ¿tú me amas sin importar que?

Esa noche llovió como nunca en el pueblo. Y aún dentro de todo, Pepa lo aceptó. Tal como Camilo había aceptado que estaba enamorado de Miguel. Que aquello explicaba su apego.

—Nunca pensé en decírtelo, en serio. Sé cómo me estás viendo. Déjalo —rió con suavidad, quitándole el juguete a Dante para lanzarlo y que lo persiguiera—. Estaba asustado.

Se lo confesó a los 17. Dos años guardando aquello. Dos años que valieron la pena cuando Miguel dijo que se sentía igual por su amigo de la infancia.

Cuando Camilo lo llevó a casa y lo presentó como su novio oficial, Pepa lloró de orgullo. Todos lo recibieron tan bien. Camilo pensó que vivía en un sueño.

Un sueño del que no quería despertar.

—Dolores te adora. Mirabel también. Iba a venir hoy pero...se quedó arreglando unas cosas en casa, ya sabes. Vendrá mañana.

Pero la vida da vueltas y giros inesperados. Y el giro pasó cuando Camilo tenía 19.

Pepa caminaba impaciente, cubierta por una chaqueta para refugiarse del frío. Vio a su hijo sentado en el césped. Tenía el juguete de perro en la mano y estaba junto al Xoloitzcuintle que reconocía como la mascota de Miguel.

Y era obvio que lo encontraría ahí. Donde Miguel estaba, Camilo también lo estaría. Era algo que había aprendido hace años.

—Camilo —lo llamó.

El de rizos la miró y su sonrisa se borró. Tratando de mirarla como había hecho mil veces antes.

—Mamá...

—No, Camilo, ya tienes diecinueve, no puedo darte cinco minutos —le dijo en un tono cansado—. Por favor. Vamos a casa.

Estaba silencioso, pero Camilo asintió. Le devolvió el juguete al perro, dejando un beso sobre su cabeza como despedida. Se hincó y suspiró. No quería despedirse de Miguel.

—Nos vemos mañana, lindo —susurró sin llegar a decir "adiós" por completo y con eso dejó un suave beso en la fría piedra de la lápida con el nombre de su amado grabado.

"Miguel Rivera." Miró con recelo las letras y al fin se puso de pie.

—Tenemos que venir mañana, es Día de Muertos...

—Si, cariño, venimos mañana.

—Okay...

Por su murmullo Pepa supo que estaba aguantando un sollozo, por lo que lo abrazó de los hombros y dejó un beso en su mejilla. Camilo ya comenzaba a llorar. El destino es cruel, y la vida te arrebata lo que quieres sin que te lo esperes.

Con una caminata silenciosa, a excepción de los sollozos del colombiano, abandonaron el cementerio. Aunque Miguel no hubiera cumplido su promesa, Camilo seguía ahí. No importaba que, no lo dejaría.

Cicatrices [Camiguel Angst Week]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora