Capítulo 4

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Femir se sentía como una pobre rata encarcelada, sin querer darse el lujo de apartar la mirada, al menos, un segundo de Nikola. Ni siquiera estando en su completo estado de distracción, donde con facilidad podría ser atacado por el hada si quisiera arriesgar su vida sólo para tener el total control de sus movimientos.

Observó al pirata escribir y escribir por un indescifrable periodo de tiempo, aunque sí podía saberse que el Sol reinaba sobre el cielo. Aunque no por mucho más. Oía las conversaciones de afuera, el único sonido que llenaba la silenciosa habitación. Y la pluma raspar sobre las hojas que Nikola escribía. Expuesto a varios estímulos debido al estado de alerta en que Femir se encontraba, rodeado del peligro, opacaban su naturaleza curiosa. Esa curiosidad que le gustaría saber sobre las escrituras en los papeles de enfrente suyo, pero dejaba de tomar su lugar cuando un nuevo sonido del exterior lo distraían.

Nikola dejó de escribir y se echó hacia atrás, soltando un pesado suspiro. Intentó estirar sus brazos, pero la cadena se lo impidió. Ante el tirón, miró al hada. Vio su mirada hostil, su postura encorvada. No dijo nada, sólo se dispuso a tomar su bolso que continuaba sobre el escritorio y sacó su cuaderno de allí. Buscó la hoja donde se encontraban los dibujos de las plantas que estuvo dibujando en su corto recorrido por el territorio de las hadas.

—¿Puedo hacerte algunas preguntas? —le dijo Nikola a Femir. Esperó una respuesta, aunque sea una negación. Un simple monosílabo. Pero él sólo seguía en silencio— Quiero saber sobre esos hongos gigantes. Me causa mucha curiosidad su flora.

—¿En su región no poseen esas plantas? —se limitó a preguntar.

—Creo que es obvio que no—respondió Nikola—. Me llamaron mucho la atención esos troncos brillantes. ¿Los usan para algo?

—¿Qué es lo que buscan en la región Dekilah? 

Nikola guardó silencio, quedándose boquiabierto. 

Sin embargo, no podía culpar a Femir de su actuar. Era evidente la desconfianza en ellos aunque sonaba contradictorio que se haya ofrecido a llevarlos a un sitio similar al destino de origen. No estaba dispuesto a colaborar. Sólo quería saber la verdad detrás de las intenciones de los piratas. Tal vez sólo debía ganar su confianza.

—Mira: tú ofreciste tu ayuda antes, debes colaborar—le dijo, pellizcándose el puente de la nariz—. Tú mismo te subiste al barco por tu cuenta. Deja esa expresión hos-

La puerta se abrió de manera abrupta, con Karl West entrando al despacho sin siquiera molestarse en llamar, con un rollo de papel entre sus manos llenas de cicatrices. Marcaba su autoridad así, el barco era sólo de su propiedad. Él lo dirigía, él les daba asilo. Él hacía lo que quería y a Nikola de nada le molestaba.

Detrás suyo y en compañía, Gus comía un trozo de pan. Sólo faltaba Alex en aquella habitación y el barco podría volverse un coas: con una criatura mágica incapaz de cumplir con su palabra y con la perfecta relación entre Gus y Alexandra.

—Afuera estaban todos enfadados y Wallore escribiendo sus cartitas—bromeó Gus—. No los culpo. Se supone que íbamos a acampar y perdimos tiempo subiendo todo de nuevo.

—Estas cartitas te mantienen libre—respondió Nikola, levantando su cuaderno—. Espero que el viaje no sea largo, debo llevárselas al General Hill lo más pronto posible.

—Hablando del viaje... —Karl West se adelantó ante cualquier cosa que Gus pudiera acotar. 

Ambos hombres jóvenes eran muy buenos amigos, bromeaban uno del otro y era más que seguro que Gustavo algo tendría para preguntar. Cuando Nikola se iba solo en un pequeño bote, él no sabía cuándo volvería a verlo. Podía tardar un año, dos o jamás regresar.

La Última HadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora