Capítulo 30

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Extinción.


Zephyr.

Sí, lo admito. No sé en qué pensé cuando salte al fuego. Mejor dicho, no pensé. Estaba asustada, y probablemente parecía una mejor idea en el instante.

Un segundo estábamos en las afueras de Míray y al otro todo simplemente ardía y no podía hacer nada para detenerlo. No comprendí al principio, pero después vi la cara de Hali y entendí lo fuerte que era todo esto.

Quería detener eso. Quería que el incendio se detuviera. Pero también quería que mi hermano estuviera a salvo, así que apliqué los planes más seguros. Ninguno funcionó. Yo sabía que no lo harían, pero aún así sentí desesperación con cada falla. Hasta que Hali me miró a los ojos y supe que tenía que afrontarlo de frente. Ahora que puedo pensar, tal vez no era la mejor idea eso de adentrarse al fuego sin idea de que hacer después. Pero tenía miedo. Y el miedo te hace hacer cosas cuando no lo dominas.

Lo tuve enfrente de mi rápidamente, y no se me ocurrió nada mejor que estirar mis brazos para poder llegar a él. Lo abracé con fuerza. Incluso cuando comenzó a gritar que lo soltara, que me estaba lastimando, que, por favor, ya no podía con esto, por favor, sólo déjame, déjame, no puedo soportarlo, ya no me lastimes.

Y no supe qué hacer. Por un instante no supe de qué estaba hablando hasta que recordé nuestra charla en el consultorio. Y después no supe qué hacer. Podía sentir su miedo, su terror, podía ver su expresión aunque la luz lo hiciera difícil, pero no supe qué hacer.

Trate de hablar, de decirle estaba a salvo, aquí, que estaba conmigo y no permitiría que algo le sucediera de nuevo, pero el humo llenó mis pulmones y cerró mi garganta antes de poder decir algo. Tenía que hacer algo, porque de lo contrario, ambos arderiamos aquí. Debía hacer algo, porque mi hermano estaba asustado y lloraba, ay Circe, lloraba y no podía detenerse.

Fue como un estallido, al final. Lo abracé con fuerza y algo pasó en mi mente, en mi corazón. Ni siquiera sé cómo describirlo. Simplemente fue. En un momento estaba como estaba y al otro todo era blanco, como niebla. Una habitación sin inicio ni fin.

Y lo vi. Estaba ahí, en el suelo frente a mi. Él estaba llorando, sentí algo deslizándose por mi mejilla, yo también lloraba. Intenté acercarme, pero me invadió un terrible sentimiento de haber metido la pata hasta el fondo, y culpa, y terror. La necesidad de escapar antes de que él me encontrara y también unas ganas terribles de arrancarme la piel con las uñas para borrar la sensación de suciedad. Y entonces entendí porqué lloraba, porque lo vi con mis propios ojos. Pasó tan rápido, un paso tras otro, una imagen tras otra, mientras sólo quería llegar a a él.

Entonces lo tuve enfrente, y caí de rodillas junto con él porque ya había visto todo, y sabía que todo era tan real que me hacía arder la garganta. Él no me miró al principio, tenía la mirada desenfocada y sus manos descansaban sobre su regazo. Y tomé sus manos entre las mías. Estuvimos en silencio un rato hasta que hablé.

《Fueron años.》

《Los peores, sí.》me respondió con la voz ronca. Y después no dije nada, porque él me miró a los ojos. Una lágrima cayó sobre sus mejillas húmedas. 《¿Estamos muertos?》

《No lo creo》 le dije, aunque no estaba muy convencida. 《Sólo perdidos》 y él soltó una risita húmeda.

《Es un poco lo mismo ¿no?》su sonrisa débil se desvaneció 《Yo te metí aquí》

Attack in a world: Crónicas Del Síndrome Del SalvadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora