Dormía en un lago de ira y savia.
La savia había estado ahí desde el inicio; lecho, sangre y aliento, nacida de su divinidad, fluía hacia la tierra gracias a las corrientes subterráneas de la montaña. El agua era su única compañera y su contacto con el mundo del exterior. A veces le susurraba historias del sol, ecos de voces o el chapoteo de pasos quedos. Otras se limitaba a refrescarlo cuando todo alrededor estaba en calma.
La ira era algo nuevo. Apareció el día que cesó el silencio, o quizá un poco más tarde, en cuanto el agua dejó de refrescar y se volvió venenosa. Sí, la ira debía proceder de ahí. Le hormigueaba bajo la piel desnuda como magma atrapado en roca, buscando una grieta para emerger.
Él, que se regocijaba en el hielo y en el fuego, ignoraba cómo aplacar la quemazón de todo ese veneno. Gritó en sueños, parpadeó, se revolvió. Llevó al límite sus fuerzas, pero no consiguió vencer a la que había sido su prisión durante siglos.
Algo crujió en el cristal de savia. Con un último estremecimiento, cerró los ojos y esperó.
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La savia de los dioses
FantasiAquí podrás leer de forma gratuita los primeros capítulos de «La savia de los dioses», de Corintia; continuación de la historia que comenzó con «El Don encadenado» y en la que los dioses se muestran en todo su esplendor, añadiendo con sus acciones l...