—La diplomacia es un talento vital para una noble. Te permitirá componer un segundo rostro, uno que muestre solo lo que tú desees mostrar.
—¿Un segundo rostro? ¿Como una máscara?
—Aún mejor, ya que nadie se dará cuenta de que lo llevas y se ajustará a lo que tu oponente espere ver en ti. Una última pregunta: ¿qué se hace al recibir al embajador de un principado aliado, como Varemethe o Nithadia?
—Se mide la proximidad de acuerdo con su... relevancia. Con los aliados más cercanos nos mostraremos más accesibles para que puedan presentarnos sus respetos.
—Excepto...
—Excepto... Eh... ¡Excepto si son regiones sometidas por un tratado de paz! En cuyo caso hemos de mantener la distancia y evitar el contacto.
—No vaciles al responder, son cuestiones que has de manejar con soltura. Tampoco varíes tu tono al hacerlo; no estás tomando parte en un concurso.
—Sí, mi respetada abuela.
—Muy bien. Y ahora saluda al consorte de la Senniam con corrección.
La interpelada se inclinó ante el único espectador de su clase de protocolo, le tomó la mano y se la llevó a la frente. Solo entonces la voz de su examinadora perdió la rigidez que la había caracterizado hasta entonces. La lección había terminado.
—Muchos cuentos y salidas al jardín y no los suficientes libros de texto. Pero creo que haré de ti una Maediam digna de nuestra Casa. ¿No lo crees así, hijo mío?
—Estoy seguro, mi respetada madre.
La respetada madre y abuela se ajustó la manga del vestido y apartó un mechón rojo de su mejilla. A pesar de sus títulos, Corail de Elore'il seguía siendo una elfa joven que en absoluto aparentaba tener descendencia hasta el tercer grado. Acarició con cariño la cabeza de su pretendida nieta, obedeció la petición muda de los ojos de su pretendido hijo y abandonó la estancia. En cuanto se quedaron solos, el adulto miró a todos lados con actitud conspirativa, apartó una cortina, husmeó tras algunos muebles y luego regresó junto a la pequeña, quien a duras penas aguantaba la risa ante la seriedad que su padre ponía en la tarea. Era un juego privado de ambos, buscar Darshi'nai ocultos en las habitaciones. Tras concluir su inspección, abrió los brazos; la elfa saltó hacia ellos olvidando las formalidades, como habría hecho cualquier crío de nueve años.
—¡Padre, qué bien que me hayan permitido venir! —exclamó, estrujándolo—. ¡Me moría de ganas de verte!
—Lamento haberme perdido celebrar el solsticio contigo, Lessa. Traigo un regalo para compensarte: te he mandado copiar e ilustrar las historias de cuando la diosa encendió las luces del cielo. Vas a ser la primera de Argailias en conocerlas.
Navhares estudió a su preciosa hija Deilessa, con su larga cabellera casi nívea y los ojos de color corinto heredados de él. Era afortunada, había recibido de Corail más mimos y atenciones que ningún otro miembro de la familia. Sin embargo, eso no significaba que su vida fuese fácil: el aprendizaje también robaba a la heredera de Elore'il más tiempo que a todos los demás jóvenes nobles y pasaba largas temporadas aislada de los suyos. Cuando tenía la suerte de visitar a sus padres, aprovechaba cada instante de intimidad al máximo, sobre todo si se trataba de Navhares. Su madre, la Senniam, nunca se sacudía del todo la estricta etiqueta de palacio; su padre, en cambio, no dudaba en saltarse el protocolo siempre que daban esquinazo a los testigos molestos. Después de todo, era un joven de veintiún años, aún un niño para los estándares élficos. Un niño que había tenido que crecer demasiado deprisa.
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La savia de los dioses
FantasiAquí podrás leer de forma gratuita los primeros capítulos de «La savia de los dioses», de Corintia; continuación de la historia que comenzó con «El Don encadenado» y en la que los dioses se muestran en todo su esplendor, añadiendo con sus acciones l...