Salió temprano de su Airbnb en Champs-Élysées, le dio una última vista a la torre Eiffel desde el balcón de su habitación y bajó un pequeño café cercano para tomar el desayuno con sus abuelos.
Los franceses sí que sabían preparar café.
Leonore y Marcel —sus abuelos— la habían llevado a conocer París por primera vez y la experiencia había sido increíble.
La Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, Museo del Louvre (había llorado como un bebe el día que vio la Gioconda por primera vez)... todo había sido hermoso pero... conocer Disney Park había sido otro nivel.
Tres días en el hotel, free pass y una tarjeta platino que amaba y temía al mismo tiempo.
No sabía que ser rica sería tan divertido hasta que realmente lo fue.
Sus abuelos parecían tener la única misión de darle todo lo que ella deseaba y más y, aunque no se quejaba, podía llegar a ser un poco incómodo. La verdad es que ellos parecían ser aún más felices que ella y eso la tranquilizaba, sobre todo después de descubrir que su madre había desaparecido.
Ya había pasado casi un año desde que había sabido de Sofía por última vez, aquel fatídico día donde había negado tener una hija. Marcel incluso había contratado un investigador privado, pero no había rastro de ella, era como si se la hubiese tragado la tierra
Se despidió de sus abuelos y se dirigió a la estación del tren.
Marcel nunca la dejaba ir hasta que la llevaba de besos en las mejillas, al principio había sido muy abrumador, su madre nunca había sido precisamente cariñosa, pero ahora era parte de su rutina, y le encantaba.
— ¡Adieu!
— ¡Adieu, ma Rose! —se despidió él dándole un par de besos más en las mejillas— vuelve a tiempo para el almuerzo, el tren saldrá a las 4 en punto.
— Está bien, abuelo. ¡Adiós, abuela!
Leonore aún agitaba su mano cuando la chica cruzó la calle.
Con el verano comenzando, el calor de París era apenas agradable, no quería estar allí cuando las calles se llenaran de turistas y las temperaturas descendieron hasta ser insoportables.
Fransie subió al tren solo para descubrir a un vagabundo sin un zapato dormido en las bancas del fondo. El olor era poco más que desagradable. Caminó hasta el centro del vagón y se sentó en uno de los puestos vacíos. Subió los pies al asiento del frente y extendió el mapa sobre sus piernas.
— Por los dioses... —casi no podía entender nada, París era un laberinto— ¡Los franceses están locos! —susurró indignada. Luego miró alrededor para verificar que nadie la hubiese escuchado. Los franceses no sólo estaban locos, también se ofendian fácilmente.
Se bajó en la estación Denfert-Rochereau y al salir a la plaza se encontró de frente con el León de Belfort, una estatua de un león en pose serena situada en el centro de la plaza y ya un poco comida por el tiempo.
Trató de mantener un paso firme a pesar de no estar precisamente segura de si iba en la dirección correcta.
El suelo de París escondía unos 300 km de túneles pertenecientes a las antiguas canteras de la ciudad. Las primeras galerías subterráneas, de las que se extrajo la piedra necesaria para construir edificios como Notre-Dame, se crearon a inicios del s.XIII. El crecimiento de la ciudad obligó a abandonar paulatinamente "les carrières souterraines" y en 1755 se prohibió toda actividad en las canteras debido a los constantes y trágicos hundimientos. En 1777 Luis XVI ordenó la creación de una comisión encargada de inspeccionar y reparar la red de túneles.
La creación de esta comisión permitió resolver otro acuciante problema de salud pública: el colapso de muchos cementerios parisinos. El nuevo espacio libre bajo tierra resultó ser un perfecto almacén de huesos. En 1786, con el traslado de los restos óseos del cementerio de los Santos Inocentes, se inauguraron las Catacumbas de París, que no dejaron de recibir huesos de otros cementerios hasta 1859. Entre ellos, los de famosos como Charles Perrault, Jean de La Fontaine, Lavoisier, Robespierre o Danton, y que la guillotinaran a ella también si este último no había sido un semidiós antes de que le cortaran la cabeza.
Aunque el acceso al interior de los túneles estaba prohibido desde 1955, cada año centenares de personas utilizaban las entradas secretas para explorar los pasajes más recónditos, organizar fiestas, montar exposiciones de arte, realizar rituales satánicos, bañarse en las pozas y canales sumergidos o incluso grabar películas porno. Las historias sobre misteriosas desapariciones eran incontables y algunas de ellas fueron incluso virales, como la del hombre que hacía poco -supuestamente- había abandonado su cámara en mitad de la exploración de las galerías al ver algo extraño.
Esto era lo que la había llevado hasta la 1 Avenue du Colonel Henri Rol-Tanguy. ya había leído en Le monde varias noticias de personas desaparecidas en las catacumbas que habían perdido la cordura después de asegurar haber visto monstruos y fantasmas en los túneles.
La curiosidad, uno de sus peores pecados, la llevaba picando varios días hasta que por fin decidió decirle a sus abuelos que quería explorar París ella sola.
Las Catacumbas de París fueron acondicionadas para visitas en el lejano 1814. Los huesos, almacenados hasta entonces de forma caótica, se clasificaron, ordenaron y colocaron durante varios años para ser mostrados al público.
Los foros del lugar decían que siempre había fila para entrar, pero ese día la entrada estaba vacía. Tomaría eso como buena suerte y no como un mal augurio, pese a conocer su suerte.
Tras alquilar en taquilla la audioguía, logró contar 130 escalones antes de llegar al primer tramo de túneles a 20m bajo tierra. En esta zona los audios y carteles le expusieron los detalles más relevantes de la historia de la antigua cantera. Más allá de la emoción de estar explorando el subsuelo de París, lo más interesante a nivel de "hallazgos" eran algunas antiguas inscripciones (nombres de calles, señales dejadas por los obreros, etc.) y la zona llamada "el taller", con pilares de piedra de época medieval. Se sentía como un hijo de Athenea en un museo.
Los restos mortales de unos 6 millones de personas se amontonaban a lado y lado de los pasillos formando tétricos muros.
Los cráneos de cuencas vacías la rodeaban mientras ella recorría los pasillos repletos de fémures. Olía a moho y un ligero nerviosismo le oprimió el pecho. Se aseguró de aún llevar su mochila en la espalda, dónde su fiel cilindro de bronce celestial aguardaba a cualquier señal de peligro.
Justo a la entrada había una inscripción, una advertencia al viajero:
— Arrete! C'est l'empire de la mort —leyó en voz baja.
"¡Alto! Este es el imperio de la muerte".
— Y, en efecto, lo es —dijo una voz grave de hombre a su lado, sorprendiendola— El artífice de esta macabra "exposición" fue Héricart de Thury, tuvo la idea de apilar los cráneos y los huesos más largos de una forma decorativa, intuyendo el interés que podría suscitar semejante lugar —dijo el hombre modo de explicación— El más interesante de mis hijos... al menos hasta ahora, la verdad sea dicha.
Fransie entrecerró los los ojos y lo miró, poniéndose en guardia.
No era mortal, podía sentirlo.
Cabello negro hasta los hombros, piel palida, alto y vestido con un Armani completamente negro.
Podía ver el parecido con Bianca: el brillo inteligente de sus ojos, el color de su cabello...
— ¿Hades?
— El mismo —respondió él hombre con lo que parecía ser una sonrisa pícara— por aquí —le indicó mientras abría una verja de metal que daba hacia un pasillo oscuro, lejos del recorrido principal.
Fransie miró alrededor y notó que el grupo con el que había iniciado el recorrido no estaba por ningún lado. Los cráneos, completamente vacíos, parecían gritar una advertencia pero Fransie, en un acto impulso tonto, ignoró sus sentidos, adentrándose en el reino de la muerte.
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Hija de los Mares 2, (Percy Jackson Fanfic)
FanfictionFrancy comienza su la búsqueda de su madre adentrándose en las profundidades de las Catacumbas de París y perdiéndose, ¿Cómo no? en el laberinto. Continuará buscando la solución al dilema de su maldición y, junto con Percy, deberán decidir que es lo...