Capítulo uno.
Marileyn Sorní.
—¡No! ¡Suéltenlo! ¡Déjenlo tranquilo, por favor!— grito, mientras las lágrimas tratan de ahogar mi voz.
—Él le debe mucho dinero al patrón, no merece nuestro perdón, así que lo dejaremos hermosamente irreconocible— dice uno de los matanes, mientras ríe, y se burla de mi dolor.
—Yo les pago todo lo que quieran, pero por favor, déjenlo tranquilo— les pido.
—M-Marileyn— dice Samael en voz baja, casi inaudible.
—Samael...— lloro desconsoladamente, mientras veo como aquellos matanes lo golpean una y otra, y otra vez.
No puedo permitirlo más.
Recuerdo porqué Samael me eligió, me eligió porque cree que soy la mujer más fuerte del mundo.
Y no sé cansó aunque nunca pudo domarme, más bien, se alegraba de que fuese de esa manera, y aunque a veces se exasperaba, nunca se rindió.
Y yo tampoco lo haré.
Me separo de Samael, me levanto del suelo, y busco algo con qué defenderme en aquel callejón oscuro.
Busco, pero se me hace imposible, la oscuridad no me deja ver nada.
Choco con algo e inmediatamente, escucho el sonido de una botella chocar con el suelo.
No está rota, la caída fue demasiado cerca como para romperla, pero sin dudas, me puede ayudar a defenderlo.
Me bajo al suelo, y escuchando los quejidos de dolor de Samael, no lo pensé dos veces, y estrellé la botella contra el suelo.
Tome la parte más filosa, y caminé hacia los matones, quienes mantenían a Samael tirado en el suelo, mientras lo golpeaban y lastimaban sin compasión.
No lo dudé dos veces, cuando empecé a hacerle pequeñas, pero profundas cortaduras a uno de ellos en la espalda.
Sus quejidos se volvieron melodía para mi, pues sabía que me estaba vengando de lo que le hacían a Samael.
Su única excusa es el dinero, dicen eso, pero yo sé bien que Samael no les debe nada, él ganó la apuesta.
Orfeo sólo es un maldito envidioso de mierda.
—Está loca— el otro matón me separó del matón al que le estaba haciendo cortaduras.
No me dejaba escapatoria, era muchísimo mas fuerte que yo, y al parecer le encantaba que viera cómo lastimaban a Samael.
—¡Suéltame!— lo pedía en vano, pero no podía no pedirlo.
—¡Hazlo!— gritó el matón que me mantenía acorralada, sin poder hacer nada para ayudarlo.
Y todo empeoró.
Sentí como mi corazón paraba de latir, cuando otro de los matones sacó una pistola de su traje.
Sentía que había sido mi pecho al que aquel matón impactó con una bala, y no al de él, o eso era lo que mi alma anhelaba.
El matón me suelta, y huye junto a sus dos compañeros matones, los tres se suben en aquel auto blindado, y se van como lo que son, cobardes.
Corro hacia Samael, quien se toca el pecho, y suelta quejidos de dolor.
—Samael, estarás bien, mi amor, te llevaré al hospital, y juntos le daremos su merecido a Orfeo.
—¿M-Mi amor?— pregunta impresionado.
No lo podía negar, le había tomado mucho cariño, y aunque todavía no tengo claro lo que siento por él, son estos pequeños impulsos contemporáneos lo que me confunden cada vez más.
—Llamaré al nueve once, y todo estará bien— ¡Diablos!, nunca había llorado tanto en mi vida.
Samael empieza a negar con la cabeza, y es cuando comprendo que no puedo hacer eso, lo pondría en riesgo, podrían llamar a la policía, y ellos se darían cuenta de que se habían topado con el Diablo, el famoso Diablo, el rey de la mafia, a quien tanto buscaban.
—Vengo en un momento, ¿Si?, por favor, no te muevas, ni hagas ningún esfuerzo... solo espérame— me levanto del suelo, y salgo de aquel callejón oscuro y maloliente.
Veo hacia todos lados, en busca de una salida, una salida ante aquella situación tan exasperante para mi, pero solo me encuentro con una calle solitaria, silenciosa y oscura.
Camino deambulando por la calle, en busca de algo que nos pueda ayudar, pero no encuentro nada.
Hasta que siento como un auto frena de repente, y la luz de este ciega mis ojos.
—¿Qué haces aquí sola, chica?— trato de que no se de cuenta de la sangre qué hay en mi ropa.
Y con voz temblorosa, le pregunto. —¿Señor, puede ayudarme?— las lágrimas resbalan por mis mejillas.
Este señor es la única posibilidad que existe de que pueda ayudar a Samael, y que siga siendo tan cruel y maravilloso como lo es, que siga viviendo.
—Claro, ¿Qué necesitas?— puedo notar lástima en su tono de voz, pero eso no es lo importante, mi orgullo no lo es ahora.
—Dispararon a mi novio, y no sé qué hacer, estoy desesperada— le explico, mientras las lágrimas ahogan mi voz.
—¿Quiénes les dispararon?— me pregunta, mientras apaga el auto, y sale de este.
No puedo decirle que fueron los matones de Orfeo, no nos ayudaría.
¿Quién diablos con una mente sana, querría involucrarse con un mafioso?.
—Un asaltador— miento. —Mi novio está en aquel callejón— le digo, mientras señalo hacia la dirección del callejón.
—Tranquila, todo estará bien— me dice, mientras corremos hacia el callejón.
—No, nada estará bien, le dispararon en el pecho— exclamo con exasperación y frustración.
El hombre ayuda a Samael a levantarse del suelo, y yo lo ayudo también, pues casi está inconsciente, y pesa mucho.
—Muchas gracias por ayudarme, señor— le agradezco.
—Me llamo Donato, me puedes llamar así, y no te preocupes, todo estará bien— exclama, mientras cierra la puerta del auto, y yo me quedo con Samael casi inconsciente en mis brazos.
—No cierres los ojos, por favor, ya vamos en camino— nunca había sido tan vulnerable, cursi y había hecho una escena tan cliché en mi vida, pero no podía evitarlo.
El carro avanzaba rápidamente, pero aún así sentía que mi mundo se iba a bajo, que todo se destruía y se rompían en pequeños trocitos que ya no se podían unir nuevamente.
Si... probablemente pienses que soy una loca que no quiere que un peligroso mafioso muera.
Probablemente pienses que sufro del síndrome de Estocolmo al estar "enamorada de él".
Y la verdad no te juzgo, porque ni siquiera yo sé lo que hago o siento.
Pero no todo es tan malo, no todo es como se aparenta a primera vista, y para que puedas entenderme, te contaré mi historia...
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𝐒𝐢𝐧 𝐞𝐬𝐜𝐚𝐩𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐦𝐚𝐟𝐢𝐨𝐬𝐨 ✓ ©
RomanceNo puedes escapar de quien ya está demasiado impresionado contigo. No puedes evitar que quien se enamore de ti, haga lo posible para que sea recíproco. Tampoco puedes evitar que quien tengas en tus manos, quiera tenerte en las suyas. Como tampoco p...