Una Historia Antes de Dormir

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¡Había una lluvia de lanzas! ¡Había una lluvia de lanzas!

Los corazones retumbaban como tambores ensordecedores, el sonido de la sangre corriendo como un río y los gritos de agonía se mezclaban en una sola sinfonía macabra, maldita, que armonizaba el campo de batalla.

Lloros, lamentos y rezos se unían en el coro. Las súplicas de piedad y misericordia advertían el final de la tétrica obra.

Un destello y todo acabó.

Ahora el silencio reinaba en el lugar.

Lo que alguna vez fue un hermoso valle donde las aves hacían sus nidos y el ganado acudía a su pastado diario de hierba esmeralda, fue transformado en un páramo desértico, sin vida alguna, donde los cristalinos ríos se tornaron rojos y los verdes pastos fueron calcinados.

Nadie hubiera imaginado que tal escenario atroz sería el resultado de cuatro caballeros que decidieron salir a cabalgar en sus corceles.

Cabalgaban día y noche alrededor del mundo y de otros mundos para compartir sus conocimientos y habilidades sobre la guerra, la peste, la hambruna y la muerte con todo aquel desafortunado que se cruzara en su camino.

Cabalgar era un hábito que tenían desde hacía un muy largo, largo tiempo, y lo disfrutaban más que cualquier otra cosa, o al menos la mayoría de ellos lo hacía.

–Ya no haré más esto. - anunció uno de ellos que se encontraba sentado en un tronco mirando al sol moribundo del atardecer.

–¿De qué estás hablando, Muerte? - cuestionó otro con la mirada desafiante de aquellos ojos que vieron correr sangre más veces que cualquiera.

–Justo de lo que escuchaste, Guerra.

El Jinete y Señor de la Guerra, Madara. Un ser despiadado, extremadamente violento, que infringía temor con sólo dar una mirada sentado sobre su caballo rojo como las brasas que simbolizaban su ira.
Jamás se llevó bien con La Muerte. Después de todo, los aullidos de dolor y las miradas de terror que tanto le encantaban, se esfumaban cuando la Muerte acogía a los malaventurados bajo su capa. Sin embargo, gracias a él eran posibles sus paseos de recreación.

–Vamos, Muerte. ¿Aún no superas haber tenido que llevártelo, cierto? Seguir cabalgando con tus hermanos te hará sentir mejor, créeme.

–Hambruna, yo no soy tu hermano, de ninguno de ustedes.

Kiba, el Jinete de la Hambruna, no es mejor que su hermano, Guerra. Le divertía montar en su caballo tan negro como los agujeros que lo tragan todo y no logran saciarse, a contemplar como sus víctimas descendían a la locura hasta convertirse en criaturas primitivas que se guían por sus instintos más básicos. Entre más orgullosos sean de su intelecto y finura, mayor era el gozo que encontraba en su cabalgata.

–Todos, por favor, tranquilos. Muerte sólo necesita tomarse un tiempo, no estamos hablando del resto de la eternidad, ¿o sí?

Hinata, conocida como el Jinete de la Peste de caballo blanco falsamente inmaculado que representaba lo que a simple vista veían de ella. Admiraba mucho a la Muerte y respetaba sus decisiones sobre cuando terminar sus recorridos, pero no podría negar jamás que disfrutaba de montar su corcel y dirigirse a un nuevo lugar junto a sus amadas plagas.

–He tomado mi decisión, Peste. Por favor, no lo hagan más complicado.

–Aunque quisiera, sabes que no podemos cabalgar sin ti. No permitiré que te vayas. - declaró la Guerra encendiendo más sus ojos.

–No pienso seguir cumpliendo los caprichos de un ser patético que se cree algo por tener tan solo un poco de poder y decide usarlo sólo para hacer crecer su ego y sentirse importante.

Naruto el Jinete del ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora