Capítulo 3: Exterminio I

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- Por cierto, quisiera saber por qué el Alfa de esta época hace el torneo de esta manera ¿puedes mostrármelo? – dijo el joven lobo rojo con curiosidad

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- Por cierto, quisiera saber por qué el Alfa de esta época hace el torneo de esta manera ¿puedes mostrármelo? – dijo el joven lobo rojo con curiosidad

- ¿Seguro? Lo que veras no será agradable, te lo advierto será doloroso para cualquiera que lo vea y más para ti que en este momento estas en sincronía con los sentimientos de los recuerdos que vemos. – el lobo estelar parecía realmente muy serio mientras decía estas palabras.

Pero el joven lobo rojo asintió, ya había llegado a este punto llegaría hasta el final, pero no sabía cuánto le dolería su decisión.

El lobo estelar lo guio hacia Basilio mientras aullaba, su expresión mostraba una profunda angustia por el enfrentamiento con su hijo... se colocaron enfrente de su hocico y mientras inhalaba tanto el, cómo su guía, entraron en su mente absorbidos como mero aire en sus pulmones... hacia sus más profundos recuerdos.

El joven lobo abrió sus ojos, el paisaje había cambiado una vez más, pero seguía siendo el norte, pero su visión se había vuelto monocromática. En este mundo solo existía el blanco, el gris y el negro. En el ambiente existía un profundo sentimiento de angustia y tristeza y pronto comprendió el por qué.

Vio a Basilio de cachorro jugando con sus hermanos en la nieve blanca cuando apareció quien era el Alfa de esta época un lobo de quien solo había escuchado historias de terror... Benitto.

Benitto era un viejo lobo gris su pelaje tenía muchos manchones blancos con partes donde ya no crecía el pelo, su pata delantera izquierda tenía una gran cicatriz visible y tenía problemas para moverla, pero lo que más destacaban eran sus ojos celestes. Estaban encendidos como los de Vitale, su nieto, pero la razón por la que estaban encendidos era muy distinta que la de él. Eran ojos que resplandecían de codicia, una ambición absoluta de conquista, de lucha, de pelea, de caza y de guerra, eran los ojos de un conquistador.

El joven lobo rojo se estremeció ante su presencia, nunca pensó ver con sus ojos al asesino de manadas con sus propios ojos, un guerrero que no se contentaba con expulsar a otras familias de la zona si no que las masacraba. Jóvenes, adultos, ancianos, machos o hembras incluso pequeños cachorros todos caían ante sus fauces un verdadero apóstol de la muerte en el norte había aparecido ante él. De hecho, pensó que era una leyenda tonta de los débiles del norte, que contaban como alguna vez su manada fue la más sanguinaria de todas, presumiendo de ser la descendencia de Benitto el Conquistador... pero ahora lo sabía con solo estar en su presencia. Ese lobo viejo y descolorido era un monstruo mucho más peligroso de lo que podría haberse imaginado. Con cada paso sus hijos le tenían un miedo aterrador, con su respiración las hembras de la manada temblaban, incluso su pareja o sus hijos más cercanos le temían, si una cosa era cierta es que les había impreso en el corazón y en su alma era el miedo a su Alfa. Cuando vieron a su padre todos los cachorros de lobo se formaron en semi circulo alrededor de él y con una sonrisa declaro.

- El que consiga morderme mi pata izquierda comerá, el que no consiga hacerlo lo abandonare en la nieve, si sobrevive puede volver, si no lo hace me lo devorare. – Sus hijos temblaban, había hecho esto a diario, muchas, muchas veces, ellos tenían solo 3 meses de edad, pero ya estaban en un régimen que haría que los espartanos palidecieran. Uno por uno avanzaron con miedo a morder su pata y él jugaba con ellos como si de pequeñas bolas de nieve se trataran. Cuando uno se acercaba lo suficiente, el los golpeaba con su pata sana arrojándolos por los aires, pero nunca mordieron su pata, no estaban tan locos para hacerlo, habían visto lo que le sucedió al primero y último que lo consiguió, más que una felicitación... fue una sentencia de muerte... con una sonrisa se acercó al cachorro mientras recibía vítores de sus hermanos y entonces el cerro sus fauces en el cuerpo de su hijo y violentamente sacudió sus fauces hasta que solo quedaron jirones de su cuerpo. Una masa de carne amorfa apareció ante la atónita mirada de sus hermanos cuando Benitto abrió su boca. Apenas quedaba el recuerdo de un cachorro de lobo... a partir de ese momento ninguno de los cachorros volvió a intentar siquiera morder realmente su pata, pero aun así seguían haciendo la pantomima por que el miedo y el terror que les provocaba su padre era demasiado para desobedecerlo, de todas maneras, pasarían hambre. Ellos no tenían nombre, ni ellos ni su madre ni ninguno en la manada aparte de Benitto, solo eran un número más para su ejército, para su campaña infinita, para su ascenso a la gloria.

De hecho, en circunstancias normales uno de sus hijos mayores ya lo habría retado para quitarle el puesto como Alfa, pero ninguno lo hacía porque sabían que si no lo mataban al instante el intentaría lastimar a su rival lo más posible con tal de dejarlo lisiado de por vida y nadie seguiría a un Alfa débil y lisiado.

Asi que solo les quedaría seguirlo hasta que muriera de viejo, ya teniendo once ciclos solares era un total veterano entre los suyos y no creían que durara mucho más, se estaba volviendo lento y entre sus interminables batallas era prácticamente imposible para el seguir con vida por más tiempo. Esto lo sabía, lo sentía en sus huesos... era muy consciente de su propia edad, por lo tanto, intentaba que esta batalla fuera la última, una batalla para expulsar a los últimos lobos del norte que no eran los grises. Una batalla racial entre lobos, una de la cual era prácticamente el vencedor.

Veintisiete lobos grises en contra de diecinueve lobos blancos eso era todo lo que veía y lo único que le importaba, hubo un momento en el que incluso mato a los de su misma raza solo porque él los considero de alguna manera inferiores, no hay ni que decir que ocurría con los lobos que nacían con algún defecto, solo los más puros, grandes, poderosos y crueles podían estar en su manada pero sobre todo podían estar en ella si le temían, a él no le bastaba la lealtad también debían de tenerle temor, un miedo profundo para poder sobrevivir.

El ataque seria mañana y bajo su mandato hasta los cachorros deberían luchar a muerte, sin retiradas, sin escapatoria, sin cuartel. Esa mañana junto a toda su manada, Benitto estaba mirando a sus rivales con odio como si esta guerra racial fuera su único sustento en la vida, en el aire se sentía la violencia y la adrenalina que el enfrentamiento provocaría. Asi Benitto se paró enfrente del Alfa de los blancos e hizo una declaración

- Hoy exterminaremos a los blancos del norte, hoy, todo el territorio será nuestro. - una sonrisa arrogante y confiada apareció en su boca con un abierto desprecio a su rival

- Pues no caeremos sin pelear "Benitto l'apostolo Della Morte" aunque nos mates hoy nos aseguraremos de caer contigo. – dijo el Alfa blanco mirando con confianza a los suyos, sus hijos pequeños habían escapado lejos hace mucho y ya no le importaba que pasaría con él.

Benitto sonrió malévolamente al escuchar ese apodo, era nuevo y le gustaba realmente le quedaba pero ya nadie volvería a escucharlo, con un aullido ambos bandos se abalanzaron los unos a los otros buscando los cuellos de sus rivales.

Y así la batalla comenzó

Los ojos de VitaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora