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Soy Shenna, una chica que físicamente es común y corriente.

Me miro al espejo –A buscar defectos, como siempre–, y solo veo algo demasiado común e insignificante.

Detesto mi físico, es todo tan común, no hay nada relevante, nada con lo que pueda destacar.

Cuando era niña, era víctima de bullying –aunque no me halla dado cuenta en ese momento, me afectó–, ahora solo veo defectos en cada parte de mi.

Por eso no salgo a la calle, solo lo hago si es necesario, si no me quedo cómoda en mi cama con mi celular.

Díganme si no prefieren quedarse en la cama con su celular y una taza de café calientito y galletas.

Eso siempre será mejor que salir a la calle con la gente ruidosa y el sol que quema.

En mi linda familia, soy la rara, la extraña, la asocial, y mil cosas más que prefiero no decir.

Para dejarlo más claro, soy la oveja negra de la familia.

Mi madre y mis hermanas –Que aunque sean menores que yo, son las mini copias de mi madre– viven burlándose de mí, estoy cansada de ser criticada hasta por respirar, no me he vuelto loca porque mi abuela está conmigo.

Hablando de ella, creo que me está llamando debería ir a verla.

Mientras estoy bajando las escaleras veo a mis dos hermanas –Verina y Mara–, jugando en la sala, y me acaban de ver.

Demonios.

Hola, Shenna –Me saluda tan alegremente como siempre Mara– ¿A dónde vas?

–Voy a ver a la abuela, escuché que me llamaba ¿Para que quieres saber, Mara?

–Por nada, solo preguntaba.

–Oye, Shenna –Me dice Verina con su tono de crítica– ¿Por qué siempre vistes de esa manera tan rara?

–Pues, porque me gusta, porque puedo y porque quiero ¿Y tú por qué no le dejas el trabajo de criticarme a mamá?

–Que amargada eres, ni una pregunta te puedo hacer ahora –blanqueó los ojos–.

La ignoro y me voy de ahí antes de decir algo que no les guste, principalmente porque después soy yo la culpable, y ya tengo suficientes problemas.

Cuando llego a la habitación de mi abuela la veo sentada en su escritorio, concentrada con unos papeles hasta que me escucha llegar.

–¡Shishi! –exclama mi querida abuela, con su apodo cariñoso para referirse a mí–  Cariño, que bueno que llegas, ayudame con unas cuentas ya sabes que no soy buena con los números y tú eres muy inteligente.

–Ay abuela –digo con un tono algo apenado– solo saco buenas calificaciones en el instituto, pero no soy tan inteligente como dices.

–Claro que lo eres, cariño –me dice con un tono de voz tan cariñoso y comprensivo que me entran ganas de llorar–, eres muy inteligente, solo que tú no te dejas verlo, vives concentrada en lo malo, y pasa por alto lo bueno que tienes, eres un chica bonita, joven, muy inteligente, y con un corazón hermoso, no dejes que las demás personas te hagan creer cosas que no son de ti misma.

No llores, Shenna, no llores.

Amo a mi abuela.

–Gracias por esas palabras tan bonitas, abuela –le digo con la voz entrecortada y algunas lágrimas en los ojos, pero que no llegan a salir–, eres la mejor.

–No me agradezcas, cariño –toma mi cara con sus manos–, solo digo la verdad –me dice seguido de un beso en la frente–. Cambiando el tema, Shishi; cielo ¿Por qué no sales? Debes de salir,  conocer gente, disfrutar tu juventud. Estas en la mejor etapa de tu vida, no la desaproveches, no te cierres a ser feliz, inténtalo al menos.

Más allá de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora