04.

281 18 4
                                    

Unas horas más tarde, habían llegado a destino. El señor Miyagi caminaba al frente, sonriendo divertido, mientras Daniel y Peyton caminaban ruborizados y cabizbajos tras él. Resultó que mientras dormían, el castaño se había abrazado a la joven como un koala, y ésta, al tener el sueño pesado, no lo notó, por lo que estuvieron así todo lo que duró del viaje. Cuando arribaron, el asiático despertó primero y soltó una silenciosa carcajada al verlos. No tenía muchas ganas de despertarlos, pero como ya tenían que bajar, no le quedó otro remedio. No olvidaría las expresiones de ambos tras descubrir que sus caras estaban casi tocándose y que Daniel estaba aferrado a ella como si su vida dependiera de ello.

Ahora habían sido totalmente registrados en el aeropuerto, y ya habían dejado pasar un poco el tema. Daniel decidió sacar un poco de conversación para amenizar el ambiente entre él y Peyton, quien no lo había mirado desde el suceso.

— Es muy raro que alguien registre mis cosas de esa forma. Me alegro de no haber traído ropa sucia. —dijo sonriendo, mirando fijo a la chica.

— Yo igual. —sonrió también, pero sin mirarlo todavía. "Al menos logré que sonriera" pensó Larusso.— Señor Miyagi, ¿existía este lugar cuando se marchó?

— Miyagi dejar Okinawa en barco. No haber aeropuerto en Okinawa entonces. —negó.

— Sabe, Daniel y yo no hacíamos nada más que mirar el libro y seguimos sin encontrar su pueblo. ¿Cómo lo hallaremos?

— Preguntar a taxista. —contestó, por lo que Peyton asintió en respuesta. De repente, sintió que el castaño tocaba su hombro, por lo que se giró hacia él.

— Hey, ¿no será él? —señaló un cartel que promocionaba las clases de karate de un hombre mayor llamado Sato. "Aprenda karate con el maestro Sato. 40 años como instructor del ejército."

— Puede ser... Señor Miyagi, ¿es el mismo Sato? —cuestionó, provocando que el mencionado se volteara.

En cuanto lo vio, asintió.— Hai.

El castaño y la ojiazul se quedaron observando el cartel.

— ¿Usted puede partir un tronco así? —preguntó Daniel, provocando que el anciano hiciera una mueca de confusión.

— No lo sé. Nunca ser atacado por un árbol.

Peyton rió negando, sin dejar de observar al hombre que se presentaba en el anuncio. Cambió su expresión a una preocupada, parecía alguien peligroso y... extrañamente demente. Pero se guardaría esos comentarios. No se dio cuenta de que el señor Miyagi ya se había ido, por lo que volvió a la realidad cuando Daniel le tomó la mano.

— Pey, ya vamos. —ella se sonrojó levemente sin soltarlo y caminaron a paso rápido para alcanzar al anciano. En cuanto lo hicieron, vieron que se acercó a un joven asiático que sostenía un cartel en japonés.

— Miyagi-San, es un gran honor. Soy Chozen Toguchi. Yukie-San pide disculpas por no poder venir ella misma. Tenemos un auto esperando. —los tres lo miraron confundidos. Peyton apretó el agarre a la mano de Daniel, sentía que algo no andaba bien con aquel chico. Le pareció guapo, pero no le inspiraba nada de confianza. Dirigió su mirada hacia su compañero, quien se la devolvió. No parecía pensar lo mismo.

El chico invitó a los tres a subir al auto, y Miyagi se detuvo un momento a hablarle.

— Hablas muy bien el inglés, Toguchi-San.

— Ah, en Okinawa, hablar bien el inglés ayuda mucho. —contestó sonriendo.

— Mi amiga y alumna, de la que fui tutor legal, Peyton Black. —presentó a la ojiazul, quien no disimuló su desagrado hacia el asiático, que la miró con una sonrisa burlona al notarlo.

— Eres muy bonita. —extendió su mano, esperando que ella la tomara. Al principio ella no quiso, pero no tardó soltarse de Larusso y pasársela. Chozen dejó un pequeño beso en sus nudillos, sin dejar de mirarla fijamente a los ojos. Larusso se molestó sin saber por qué, y se sintió incompleto cuando le faltó el tacto de la chica.

— Mi amigo y alumno, Daniel Larusso. —presentó esta vez al castaño, quien saludó de forma amigable, aunque incómoda.

— Ambos son estudiantes de karate, ¿eh? —inquirió el joven asiático, mirando con desdén a Daniel.

— Sí. —sonrió el contrario.

— Bienvenidos a Okinawa. —sonrió igualmente, y tomó la mano del chico, estrechándola.— Espero que su estancia aquí sea agradable. —dijo con un toque sombrío en su voz. La sonrisa del castaño se apagó, reemplazándose por una expresión de dolor. Peyton lo notó al instante, y observó que el asiático le estaba apretando con demasiada fuerza su mano. Sabía que algo sucedía.

— Daniel... —sostuvo la muñeca del mencionado, obligando al moreno pelinegro a soltarlo.— Subamos. —miró una última vez a Chozen, quien no dejaba de sonreír, y que terminó cerrando la puerta con violencia.— ¿Estás bien? —le murmuró al castaño, mirando su expresión confundida.

— Ajá. Fue extraño. —susurró mirando el rostro preocupado de la contraria.— ¿Puedo tomar tu mano otra vez? —preguntó con algo de vergüenza en su voz. Peyton se sobresaltó y su corazón latió rápido.

— ¿Por qué?

Él se encogió de hombros. Realmente no sabía por qué. Solamente sentía que lo necesitaba. Desvió su mirada hacia la ventana, y al instante sintió una mano un tanto fría sobre la suya. Peyton miraba hacia enfrente, con la mano entrelazada a la ajena. El joven sonrió y se la apretujó con suavidad, ahora estaba más tranquilo.

El auto aceleró y en unos minutos ya iban en camino. Chozen manipuló unos momentos la radio, dejando que un instrumental sonara, haciendo más incómoda la situación, y se giró hacia los tres con una sonrisa.

— ¿Cómo sabías que yo llegar hoy? —preguntó Miyagi.

— Okinawa un lugar muy pequeño. —contestó sin más.

El señor Miyagi frunció el entrecejo.— Poblado está al sur. ¿Por qué vamos al norte? —Peyton se giró a mirar alarmada a Daniel, quien estaba tan asustado como ella, pero no dejó ver ese sentimiento, por lo que susurró un "tranquila".

— Unas cosas han cambiado desde que se fue, Miyagi-San. —contestó el conductor del auto.

— Y algunas no, ¿eh? —bromeó el joven japonés, riendo. Los tres pasajeros que iban atrás no le vieron el chiste, estando completamente serios.

Entonces, para el terror de los dos jóvenes que viajaban junto al señor Miyagi, el auto se dio paso en un tinglado enorme y totalmente oscuro.

— ¡Fuera! —gritó Chozen con brusquedad, bajando del automóvil, y sacando el equipaje del maletero, lanzándolo al suelo sin nada de cuidado. Acto seguido bajaron Miyagi, Peyton y Daniel, totalmente confundidos.

— ¿Qué ocurre? —preguntó Daniel con ingenuidad.

— ¡Silencio! —gritó el pelinegro.

— Nos están secuestrando, idiota. —susurró Peyton sin soltarse del brazo del castaño, inmensamente aterrada.

( . . . )

𝐄𝐱𝐭𝐫𝐚. | Daniel Larusso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora