Capítulo 3-La vida no perdona la pureza

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Hiroshi, estaba de patrulla como era usual. Le habían indicado que cerca del mercado había un monstruo, lo llamaron así, pero él estaba seguro de que era un yokai por la descripción que le dieron. Fue sigiloso, debería llevar la armadura de samurái, pero casi nunca la lucía salvo que la misión fuera en el exterior. Era incómodo moverse con tanta prenda encima y no ayudaba al factor sorpresa, lo cual necesitaba (si es que alguien no lo conocía ya, pues no había tantos samuráis por ciudad y él llamaba la atención más de lo que le gustaría).

Fue al lugar indicado y lo vio. Era un joven (o eso parecía) de alrededor de catorce, con cola y orejas de animal. Estaba comiendo pescado frito en un callejón. Probablemente robado se dijo. No tenía orden de matarlos por lo que debía capturarlo con vida. Aprovechando su despiste y que él venía de espaldas a la criatura, trató de capturarlo pero algo le jugó una mala pasada; su sombra.

El yokai se apartó, lo vio tirar algo al suelo y entonces un humo se esparció y este era denso y negro como el hollín. Debió cerrar los ojos, porque se le empañaron e irritaron tanto que tuvo que detenerse un momento a frotarlos.

—¡Mierda! —Exclamó—, ¿por dónde ha ido?

Se concentró, le habían enseñado tácticas de rastreo, el ki era una fuerza superior muy flexible, cada uno le daba su forma. Con los ojos cerrados, trató de pensar en el yokai y visualizar el camino y de algún modo sintió su rastro de energía. Raudo, fue hacia esa dirección. Los ojos, las orejas, podían engañarlo; pero el ki era más agudo que cualquier sentido o fuerza que uno creyera poseer. Sin embargo, se necesitaba arduo entrenamiento para llegar a ese nivel y Hiroshi aún estaba aprendiendo.

Llegó hasta el mercado, al parecer Hiroshi era más veloz porque enseguida vio su cola entre la multitud.

Ya te tengo Se dijo, no robaría más. El yokai, debió sentirlo porque giró el rostro y en su huida dio un bote de la impresión y aceleró, así lo hizo Hiroshi. Chocaba contra la gente, la iba apartando, algunos le gritaban y luego se daban cuenta de quién era y hasta pedían disculpas; no le dio la menor importancia en medio de aquella persecución.

La criatura se escabulló por un callejón como la sabandija que era, así lo hizo él. Le costó moverse puesto que era estrecho y Hiroshi abarcaba espacio considerable, mas era flexible y a duras penas pudo salir para ver cómo el demonio saltaba por en medio de un puesto de repollos que estaba justo cubriendo la única salida.

El samurái no cabía por tan diminuto espacio, pero nada lo detendría. Saltó por encima con ayuda de su ki. Vio a la criatura huir entre la gente, no obstante, tampoco le dejaría escapar por ahí. Se apresuró a darle alcance. Estaba muy cerca, estiró su mano para agarrarlo del eri de su yukata cuando de repente, alguien que pasaba se le cruzó y su brazo se desvió.

Empujó al hombre, mas cuando quiso ver al yokai de nuevo, no lo encontró. Aunque no había muchos lugares a los cuáles huir, le daría alcance y tal vez recibiera un aumento de sueldo, aunque no es como si él ocupase mucho dinero para vivir,  casi todo lo que ganaba lo donaba a quienes más necesitaban y aún le sobraba porque no disfrutaba de los grandes lujos, tal vez nunca dejó de ser granjero.

Miró a todas partes, el yokai se había esfumado como humo en el aire, pero él no era tonto. Vio un puesto de pescado, el mantel se extendía hasta abajo. La criatura debía estar ahí. Se dispuso a acercarse, pero otra persona se interpuso.

—Quítate. —Gruñó, a punto estuvo de apartarlo con toda su fuerza bruta (que no era poca).

Alzó la mirada, largas piernas, subiendo un yukata azul marino y finalmente  ojos glaucos (que por un momento lo noquearon) le devolvieron la mirada. ¿Qué hacía Satoshi allí? Llevaba su largo cabello negro cayéndole por los hombros, las puntas eran traviesas y fluían como olas.

El durazno que en otoño floreció (+18) (PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora