01: el problema del patio

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—Terminamos.

Sophie parpadeó un par de veces, sintiendo la necesidad de sobreanalizar lo que significaban aquellas palabras, lo que implicaba pronunciarlas, lo que le ocasionó en el pecho y en los ojos, que le empezaron a escocer por las lágrimas.

—¿Qué?

Fue lo único que pudo pronunciar. Y es que, ¿qué estaba haciendo él? Su novio desde hacía cinco años atrás. Se conocían desde niños, hasta se lo presentó a su padre, su madre lo adoraba. Ella lo adoraba.

—Que terminamos, ¿o es que además de boludita sos sorda?

Y le dolió. Le dolió el pecho al escucharlo hablar. ¿Por qué la estaba tratando de una manera tan fea? ¿Qué le había hecho ella? ¿Por qué terminaba con ella sin razón aparente? ¿Acaso ya se había aburrido? ¿Ya no la quería? ¿Alguna vez la quiso?. Sophie sintió unas incesantes ganas de llorar, pero no lo haría frente a él, no después de cómo la estaba tratando. Además, tenían a toda la escuela viéndolos; no iba a pasar más vergüenza de la que ya estaba pasando.

—¿Pero por qué? —exigió una explicación.

—Porque ya no quiero estar con vos, ¿no entendés?

Boluda, boluda, boluda, boluda. Sophie odiaba la jerga argentina. Más aún cuando él hablaba. Podía jurar que ese era el único defecto que Lautaro tenía. Cualquiera podría decir que después de vivir la mitad de sus diecisiete años —recién cumplidos — en Argentina ella debía estar acostumbrada a eso, a las palabras que utilizaban los argentinos y hasta ella tener el acento característico de aquel lugar, pero estarían muy alejados de la realidad. A Sophie se le dificultaba mucho hablar el español fluido y aún se le salía el acento italiano al hablarlo. Siempre la molestaron por eso, creían que ella tenía un bajo intelecto y que era incapaz de aprender un idioma aún conviviendo parte de su día con nativos de aquel país.

Pero el asunto no era su injustificado odio hacia la jerga argentina. Ni su inusual incapacidad para acostumbrarse a vivir en ese país. Ni siquiera el golpe que Lautaro le dio en el orgullo. Sino que él decidió escoger el peor momento para terminar con ella.

Las risas de los alumnos del Instituto Católico San Fernando cada vez se hacían más fuertes, cada vez disimulaban menos la gracia que les causaba aquel chisme de alto nivel. La estúpida chica italiana estaba siendo humillada por su novio atractivo y popular en medio del patio de merienda; entre todas las mesas repletas de estudiantes almorzando lo que la cafetería les disponía y observando con burla la situación. Todos, absolutamente todos. Ninguno tenía algo de decencia o respeto hacia el prójimo en aquel lugar, no les importaba el dolor ajeno al suyo propio, no les caía para nada bien esa chica de piel canela y cabello oscuro y el sufrimiento que mostraba la cara de la misma solo les causaba regocijo.

—¿Me vas a hacer esto? ¿Después de cinco años? —se negaba a soltarlo tan fácilmente.

Mirá, pibita, no tenía con quién meterme en el tiempo que vos me pediste para andar, por lo que tuve que aceptar tu propuesta —alzó su tono de voz de tal manera para que todo el patio escuchara—. Pero lo único que he sentido por vos es lastima, sos una re pelotuda que piensa que en verdad yo la quise. ¿Pero quién te va a querer? Nadie, porque tras de fea sos re idiota, ni siquiera sabés hablar bien.

No dejó que él siguiera hablando. Le estampó una bofetada con la mano izquierda y la palma bien abierta. Cuando la mejilla del muchacho hizo contacto con la piel de su palma sintió que le ardía, y no era gracias al golpe que le dio, sino que tocarlo le ocasionó un dolor agudo en el pecho; pues, ella lo seguía amando con locura, pero no le perdonaría que la estuviera tratando tan mal. Pero, tan pronto como él giró la cara hacia un lado por el golpe, su mano derecha actuó por voluntad propia, propinando una bofetada peor de la que ella le había dado a él.

The MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora