Prólogo.

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Anna sabe que la están siguiendo.

Lo sabe porque lo siente en la nuca: los vellos se le erizan como si soplara un viento helado aunque el clima se perciba cálido en el resto de su cuerpo. El ambiente es húmedo, tan húmedo que resulta bochornoso. Sus ojos se han acostumbrado un poco a la oscuridad del bosque y puede percibir los contornos de las cosas y a veces incluso algunos colores más vibrantes que el gris y el negro.

Está en el bosque porque es un lugar de caza y esto es, precisamente, una caza. Un juego, aunque no para ella.

Siente su espalda cosquillear cuando escucha hojas secas crujir detrás de ella. A pesar de que quiere dejar de resistirse, de pelear por una causa perdida, corre. Sus piernas toman impulso y pronto se encuentra esquivando ramas y evitando tropezar con raíces... otra vez. Se pasa las manos por las mejillas para tratar de secárselas. Es inútil, las lágrimas brotan una tras otra sin que ella pueda hacer mucho para evitarlo.

¿Cuánto tiempo lleva aquí?

Pueden ser días o pueden ser horas. El tiempo da igual cuando te están persiguiendo.

Cuanto más se pone a pensar en lo que le pasará si la alcanzan, más ganas le dan de correr hacia un acantilado y acabar con todo ella misma. Pero no hay ningún acantilado cerca y, aunque lo hubiera, se da cuenta de que no va a desperdiciar todo el esfuerzo que ha hecho por sobrevivir. No vale la pena. Sólo tiene que llegar a la carretera y todo terminará. Serán un par de minutos, a lo mucho una hora.

Trata de despejar su mente, aunque es difícil concentrarse con el pulso martilleándole los oídos. Las piernas le duelen y le queman de tanto correr, el cabello se le pega al cuello por el sudor, tiene los ojos rojos e hinchados por llorar, y un dolor punzante en las sienes provoca que le cueste siquiera respirar. Su corazón late desbocadamente en su caja torácica y sus pulmones deben estar haciendo un esfuerzo monumental para evitar que su cuerpo colapse a falta de oxígeno. Dadas las circunstancias, también hay que reconocer el excepcional trabajo de su cerebro para no bloquearse ante el miedo y el pánico que la invaden.

A pesar de todo eso, tiene que seguir corriendo.

Así que lo hace. Fuerza a sus piernas adoloridas a continuar.

El ruido de la corriente del río Durham la saca de sus pensamientos y hace que se maldiga internamente. El río está al sur del bosque, en el punto más alejado de la carretera. Es bonito para hacer un picnic en un soleado día de verano, no tan bonito cuando intentas conseguir ayuda a la mitad de la noche.

Ha estado equivocada todo el tiempo.

Se detiene porque necesita hidratarse y el río Durham es de agua dulce. Calcula que tiene aproximadamente unos dos minutos antes de que la alcancen. Se inclina a la orilla del río para beber y refrescarse la cara. Está sumergiendo los pies descalzos e hinchados cuando una rama se rompe cerca de ella, haciéndole ver que se equivocó de nuevo y al mismo tiempo causando que entre en estado de alerta.

Quiere pensar que es un animal. Quiere pensar que sólo es una rama que se ha caído de lo alto de un árbol. Quiere pensar cualquier cosa, menos que la han atrapado.

Pero sabe que es así. Cuando los pasos se aproximan sabe que todo ha acabado. Se le han terminado las opciones. Ahora realmente está llorando. Solloza y gimotea porque sabe que no hay manera de que la noche acabe bien para ella. Se pone a pensar en lo que daría por estar en la comodidad de su casa, tirada en el sofá con su madre viendo Law & Order y comiendo palomitas de maíz empapadas en salsa picante.

Pensar en su mamá y en lo mucho que quiere volver a casa la obliga a concentrarse y de pronto se le ocurre una idea.

Es loca y descabellada, pero podría funcionar.

Se lanza al río y trata de nadar hacia el otro lado. La corriente amenaza con arrastrarla hacia el Este, donde desemboca en el lago.

La buena noticia es que el lago está más cerca de la civilización.

La mala noticia es que duda mucho que pueda sobrevivir a las caídas y a las rocas.

Pero eso no importa, porque no va ni a la mitad del camino cuando una mano la toma del tobillo.

Patalea con todas sus fuerzas, tratando de golpear en la cara a quien la sostiene.

Fracasa.

Aquella persona la arrastra de nuevo hasta la orilla, donde sostiene la cabeza de Anna bajo el agua con fuerza.

Anna empieza una cuenta regresiva mental casi sin darse cuenta. Su récord bajo el agua es de un minuto y once segundos, pero dado que esto fue totalmente imprevisto y no tomó aire, probablemente cuenta con unos cuarenta y cinco.

Cuarenta y cinco segundos para intentar salvarse. Eso es todo lo que tiene.

Es gracioso cómo perdemos la cordura cuando estamos a punto de morir. Cómo pensamos en todo lo que hicimos y lo que no hicimos. La gente a la que tratamos de proteger y no pudimos, la gente que trató de protegernos y falló. Los sueños que nunca podrán ser y todos los que fueron.

Todo para absolutamente nada.

Porque vamos, ¿qué tanto puedes hacer en cuarenta y cinco segundos? ¿Qué tanto puedes pelear cuando tienes tanto miedo que aun sumergida en agua puedes sentir cada extremidad temblar?

Supongo que no tengo que decirte la respuesta.

No pasa mucho tiempo antes de que Anna se debilite.

Exactamente pasan cuarenta segundos.

Para cuando dan cuarenta y cinco, está inmóvil.

Poco después del minuto ya se está hundiendo, alejándose de la orilla y yendo directo hacia la corriente.

El cuerpo de Anna llegará al lago en dos días.

No tardarán demasiado en encontrarlo.

De hecho, tardarán otros cinco días.

Para ese entonces Anna estará casi irreconocible: habrá chocado muchas veces con los obstáculos del río y se habrá encontrado con bastantes animales en el camino.

Derivará a la orilla, hacia la superficie, donde el calor se encargará del resto.

Entonces, cuando los noticieros estén plagados de la fotografía de Anna y todos busquen desesperadamente al culpable, sólo entonces el juego comenzará de nuevo.

Y será lo mismo.

Sólo que con otra víctima.

Las chicas muertas no lloran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora