01.

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—Entonces... —el oficial se rasca la frente con el dedo índice y mira la libreta de notas por lo que se siente como la milésima vez— ¿de dónde dice que conocía a Anna Jensen?

Me muerdo las uñas con nerviosismo. Es la tercera vez que me hacen la misma pregunta y llevo aquí casi una hora, uno pensaría que para estas alturas ya habrían pasado a algo o alguien más importante.

—Es... era —me corrijo— mi vecina.

—Pero nunca habló con ella, ¿cierto?

—No, pero todos sabían quién era. La única chica blanca en un vecindario más multicultural que todo Nueva York —paso los ojos por la sala de interrogación, buscando escapar la mirada que me lanza el policía mientras escribe más notas—. Mi mamá siempre pensaba que estaba enferma. Ya sabe, porque era muy pálida.

Deja de escribir por un momento y se dispone a releer lo que ya había apuntado. Me muerdo las uñas, ansiosa.

—¿Sabe por qué llegó a su casa pidiendo ayuda hace un mes?

—Dijo que la estaban siguiendo. Estaba como loca, se ocultó debajo de mi cama.

Recuerdo ese día y me estremezco. Sus ojos estaban rojos y tenía bolsas casi negras debajo de ellos, como si no hubiera dormido en varios días. Se agarraba el cabello con tanta desesperación que temía que se lo fuera a arrancar en cualquier momento y sólo repetía "no pueden entrar aquí" una y otra vez para sí misma, como reconfortándose.

El oficial nota mi mirada perdida y se aclara la garganta.

—¿No vio nada sospechoso por el vecindario?

—No. Le llamé a mi papá para que regresara del trabajo ya que Anna se veía muy mal, pero para cuando llegó ella estaba sonriendo y diciendo que todo había sido un malentendido. También dijo algo de una broma de fin de curso. —me encojo de hombros.

Junto las manos sobre la mesa y trato de mirar las notas en el cuadernillo. El oficial cierra el cuadernillo de golpe y me mira con una ceja arqueada. Esbozo una sonrisa incómoda.

—¿Tiene idea de cómo pudo haber aparecido su cuerpo aquí, en Sageport, si se marchó para irse a Pennsylvania poco después de que le pidiera ayuda aquella noche?

—No. ¿Por qué? ¿Tendría que saber algo al respecto?

—No —sonríe, aunque el gesto no le llega a los ojos—. Sólo era una pregunta. Estamos explorando la posibilidad de que el culpable también sea de Oregon y por eso la trajo de vuelta. —lo dice como restándole importancia, pero puedo ver que espera mi reacción.

—Es una buena posibilidad.

Trato de sonreírle de vuelta, aunque inevitablemente termino apartando la mirada.

La verdad es que las preguntas no me ponen tan nerviosa como el horrible color marrón de las paredes y el olor a café rancio. Después de pasar tanto tiempo encerrada en un espacio tan pequeño y tan simple, aprendes un par de cosas. Por ejemplo, la pata más cercana del lado derecho de la mesa tiene ralladuras de esposas, el reloj de la pared está atrasado por dos minutos, no hay nadie detrás del vidrio templado porque el oficial interrogándome no ha mirado hacia allá ni una sola vez, y a los policías en serio les gustan las donas. El oficial que me interroga ha metido una docena de ellas a la sala y se ha zampado cuatro.

Después de un par de minutos decido que ya no quiero estar ahí sentada. De todas formas no sé nada que pudiera ayudar a la investigación.

—¿Ya me puedo ir?

—Sí, creo que ya tenemos todo lo que necesitamos. —me incorporo de un salto y salgo antes de que pueda hacerme alguna otra pregunta.

Recojo mi mochila en la entrada con la señora que huele a colonia para hombres y me dirijo hacia el estacionamiento. Paso diez minutos buscando la camioneta gris de mi padre, que aparentemente había estacionado en la parte de atrás en lugar de la de adelante como yo creía.

Las chicas muertas no lloran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora