04.

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Me toma dos días enteros juntar el coraje necesario para salir de mi casa. No es que tenga miedo de Anna —porque honestamente creo que hay que temerle muchísimo más a los vivos que a los muertos—, pero es que ya no sé qué tomarme en serio y qué tomarme en broma y todo eso me está volviendo loca.

El taller de los Santana es pequeño, pero tienen un montón de clientela. Parece que está en su sangre entender los autos, así que les va bien con el negocio. El lugar huele a gasolina y a aceite, hay un foco fundido al fondo pero la iluminación está bien. Dos Camry y un Mini Cooper están estacionados. La defensa del mini se está cayendo y tiene una abolladura tan grande del lado derecho que parece que lo golpeó un meteorito, los Camry parecen estar bien por fuera, pero se nota la diferencia entre el modelo 2011 y el 2015. Me siento peor por el dueño del Camry 2015 porque un coche nuevo jamás debería estar en un taller o estás haciendo algo muy, muy mal.

—¿Dónde está Nadia? —pregunto cuando veo a un chico encorvado sobre el cofre de un viejo Corvette gris. Cuando escucha mi voz se sobresalta y se golpea la frente con la varilla que sostiene al cofre.

No puedo evitar reírme.

Me mira con molestia y en seguida noto que debe ser el hermano de Nadia. Tienen las mismas características físicas básicas: la piel morena, el cabello muy negro y rizado, y los ojos verdes. A diferencia de Nadia, él es alto y corpulento. También tiene barba y los brazos tatuados.

—¿Quién la busca? —su acento es raro, pero definitivamente es mucho mejor que el de Nadia.

—Charlie.

—¿Tienes apellido, Charlie?

—Novak*. A Nadia le gusta más el segundo, Torres.

El muchacho asiente.

—Carla. Llamaste ésta mañana. Alguien echó pintura a tu coche —me señala con el dedo índice, pero enseguida pierde el interés. Vuelve a mirar el cofre del Corvette—. Te saludaría, pero no creo que quieras ensuciarte de grasa. —dice, apenas mirándome de reojo. Realmente está sucio.

Arrugo la nariz y él se ríe. Me quedo ahí parada sin saber qué hacer, viéndolo quitar y poner un montón de cosas que no se parecen a nada que haya visto nunca en mi vida. No quiero presionarlo para que le eche un vistazo a mi auto porque puede que lo irrite y que después negociar un mejor precio sea imposible. Y por "mejor precio" realmente quiero decir "un descuento del 70% o más".

Una puerta se abre al fondo del taller y una chica bajita y delgada sale gritando en portugués. Su hermano grita de regreso y parece molesto. Nadia le señala una parte del cofre y le hace señas como si fuera tonto. Ahora su hermano se ve realmente molesto y yo quiero gritarle a Nadia «¡no lo hagas enojar, sólo traigo veinte dólares!».

Entiendo algunas palabras porque se parecen al español, pero en general no le encuentro sentido a la conversación.

—Siento eso —Nadia señala a su hermano—. Bruno probablemente te trató como mierda.

Aun habla pausadamente, como si formara las oraciones en su cabeza antes de hablar y no estuviera muy segura aun cuando ya la tenía.

Le hago un gesto con las manos para indicar que no se preocupe.

—Vamos a ver qué pasa con tu coche. —dice Bruno, pasando a un lado de nosotros y empujando a Nadia en el proceso.

—Tiene veinte años —me susurra Nadia—. Me pregunto cuándo va a... um...

—¿Madurar? —completo. Nadia chasquea los dedos y me sonríe.

—¡Escuché eso!

Ahora soy yo la que se ríe.

Las chicas muertas no lloran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora