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-Como un zorro a una madriguera (como un águila a un nido)-

Las voces lo condujeron a reinos, aldeas y pueblos -no importó lo que le ofrecieran a cambio-, las voces no demandaban monedas, ellas demandaban sangre. Luchó para hombres valientes y hombres estúpidos, para reyes avariciosos y rebeldes intrépidos. Combatió para ejércitos condenados a ser derrotados, llevándolos a la luz de la victoria. Perdió la cuenta de todos sus aliados con los que combatió lado a lado -después de un tiempo-, sus nombres y caras se perdieron en el limbo de su nublada memoria.

Y luego estaba el Ángel de la muerte.

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O, eternidad, imperios y los emperadores que los gobiernan.

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Él tuvo que haber tenido una vida antes. Una madre, un padre, un hogar. A lo mejor hermanas o hermanos. Pero ha pasado tanto tiempo -demasiado tiempo- y ahora lo único que conoce es este juego sangriento. Sus manos desconocen otra forma que no sean los puños fuertemente apretados alrededor de una espada, blandiéndose eternamente, encontrando su lugar entre pieles y huesos.

Todos ellos trataron de huir, por supuesto. Construyeron muros e intentaron ocultarse, pero él siempre los encontraba. A veces, rogaban. A veces, preferían saltar de un acantilado antes que enfrentarlo. Y algunas otras, lo miraban con los mismos ojos vacíos como los de él, recibiendo a la muerte con los brazos abiertos. Esos eran los que él más envidiaba.

Technoblade nunca muere , es lo que susurraban en las hogueras y piras funerarias.

Él rogaba para que eso no fuera verdad.

Las voces lo condujeron a reinos, aldeas y pueblos -no importó lo que le ofrecieran a cambio-, las voces no demandaban monedas, ellas demandaban sangre. Luchó para hombres valientes y hombres estúpidos, para reyes avariciosos y rebeldes intrépidos. Combatió para ejércitos condenados a ser derrotados, llevándolos a la luz de la victoria. Perdió la cuenta de todos sus aliados con los que combatió lado a lado -después de un tiempo-, sus nombres y caras se perdieron en el limbo de su nublada memoria.

Y luego estaba el Ángel de la Muerte.

Era una de las pocas personas que tenían una reputación al nivel de la de Technoblade. Él había escuchado acerca del ángel a través de historias susurradas y conversaciones en tabernas. Escuché que tiene alas de obsidiana, comentó un aldeano a otro con su tarro de cerveza en la mano. Oí que una vez masacró a una armada completa él solo. Incluso atemoriza al Dios Verde.

Technoblade empezó a imaginarse a un hombre despiadado -un inmortal verdugo con la misma mueca torcida que la suya-. Pero Philza no era un ángel vengativo. Era solamente Philza.

Su encuentro fue pura casualidad, en una tierra invernal. Era inhóspito, pero rápidamente empezaron a trabajar juntos en ella -primero como aliados, después como amigos-. A pesar de todo, Philza había tenido una sonrisa más que una mueca, se había reído en vez de carcajeado. En días tranquilos, pasarían sus días jugando ajedrez con una taza de té y meditaciones silenciosas que calmarían las insistentes voces en la cabeza de Technoblade, aunque durara muy poco.

Sabes —Techno dijo en uno de sus combates de práctica -obviamente tenían que estar en forma, porque los momentos de paz nunca duran tanto como la gente esperaría-—, las historias nunca hablan de este lado tuyo.

Philza se detuvo, una pequeña, juguetona sonrisa surgió en su cara—. Oh —dijo—. Entonces, ¿de qué hablan esas historias?

Ellos te llaman el Ángel de la Muerte —Techno plantó sus pies en pose de batalla mientras Philza arremetía contra él con su espada embotada—. Dijeron que dejas un camino de destrucción en tu vigilia que nada... ha! —Techno lo bloqueó, para cambiar a ofensiva— ...que nada es sagrado para ti.

PasserineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora