"Haber si quedamos".
Tras la sugerente propuesta, el desolador silencio. ¿De veras me ha escrito eso? El móvil se ha tambaleado en mi mano, pese a que lo tengo bien agarrado. Me hubiese encantado ver mi propio rostro al leer semejante oración. ¿Y ahora qué respondo? ¿La bloqueo? ¿La ignoro? ¿Apago el teléfono? Antes de tomar una decisión desafortunada, levanto la vista de la pantalla para evadirme de mi burbuja mental. Si quisiera, ahora mismo podría seguir mi vida como si no hubiese hablado con ella por Whatsapp durante las últimas tres semanas. Simplemente desaparecer. Aunque quizá esa no sea la alternativa más justa. Ni tampoco la más inteligente, sobre todo teniendo en cuenta que podría encontrármela por Arévalo en cualquier momento. Una voz interior con cierto soniquete metálico ladra en mi interior para prevenirme de mi estupidez. Qué hartazgo. ¿Por qué me tienen que generar ansiedad estas situaciones? Estoy solo en mi habitación, tumbado en mi cama, tan a gusto. Por suerte no tengo que disimular ni fingir que no me he dado cuenta. Puedo tomarme unos segundos para respirar y pensar. No tengo claro si estoy dispuesto siquiera a seguir descubriendo a una chica que escribe "haber si quedamos". Por muy buena que esté. Es cierto que Dina me parece una chica guapa; sin embargo, este accidente ha teñido de grises todas las fantasías que había construido en torno a su imagen en los últimos días. Debo asumir que esta mujer dos años y cinco meses mayor que yo ya no alcanzará las expectativas que me había montado durante nuestro cruce de anécdotas, datos personales y alguna que otra foto guarra. Ahora la realidad se torna muy diferente. Todo lo que había supuesto sobre su tono de voz al enfadarse, su forma de suspirar durante un silencio incómodo o su forma de caminar cuando lleva prisa está derritiéndose inevitablemente bajo la lluvia de su mala ortografía. Lo sé con certeza: a partir de ahora la fluidez diaria de nuestras conversaciones disminuirá hasta que solo nos quede intercambiar escasos y poco frecuentes "¿qué tal todo?".
"Ey, ¿estás? Que es una broma, coño". Otro silencio, esta vez envuelto de incertidumbre. Por alguna razón, mi mirada se desvía hacia la calle a través del cristal, tal vez impulsada por la improbable idea de que Dina me esté espiando. Todas las ventanas de mis vecinos están coloreadas de negro. Ningún ser viviente a la vista.
"¿El qué es broma?", respondo.
"Si hubieses seguido escribiéndome como si nada, te habría bloqueado". Se me dibuja una sonrisa sin querer. Esa ha sido buena. Mi inclinación a creer que entre Dina y yo va a haber una química brutal vuelve a alcanzar en milésimas de segundo su punto más álgido. Así funcionan en tantas ocasiones las ruedas dentadas que encienden las emociones.
"Jajajaja", escribo mientras disfruto de cómo esa carcajada resuena en algún recoveco de mi cerebro.
"Ahora en serio, a ver si quedamos, que yo este domingo ya me voy a Salamanca", me responde enseguida. Por supuesto que debemos quedar. Y cuanto antes. "¿Qué tal mañana?". Ya está, me he lanzado en plancha al vacío. A un vacío que ella previamente había forrado de gomaespuma, lo reconozco.
Ahora soy yo el que espera. Apenas uno o dos minutos que se me hacen eternos. Finalmente, el teléfono vibra. "Venga, vale. Así nos despedimos". Esa última frase no me hace ni puta gracia. ¿Acaso nos diremos adiós el mismo día en que nos vamos a conocer? Dudo si responder con una afilada bordería o, de lo contrario, con alguna indirecta calenturienta que nos invite a ambos a una conversación animada y a lo que pueda venir después. Me decanto por activar la cámara de mi teléfono móvil, bajarme el pantalón y levantarme la camiseta para que la cámara capture mi torso. El flash emite un breve destello que ilumina mi ropa interior. La foto no ha salido del todo mal; muestra mi ombligo recubierto de vello y mis calzoncillos de color azul celeste. No tengo claro que una imagen a la que mi médico puede acceder en una revisión cualquiera le vaya a despertar algún tipo de morbo, pero, en fin, tampoco cuento con otro producto que mostrar, así que se la envío. Los minutos que suceden en silencio vuelven a agitar mi respiración. ¿Me habré precipitado? ¿Pensará que soy un salido? Debería haber dicho algo antes de mandar esa foto que, desde luego, es de todo menos elegante. No me extrañaría que me bloquease. Ya nos habíamos enviado más material de este estilo, eso sí, siempre después de un aviso previo. No me gustan estos juegos no pactados, pero me ha puesto hacerlo sin avisar. Seguramente a ella no le esté haciendo ninguna gracia. De hecho, se habrá levantado para ir corriendo al baño y vomitar.
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El efecto silencio
Teen FictionDicen que si te toca te jode la vida. No soporto esa expresión. Es como una sentencia de muerte pero sin poder morirte. Supuestamente esas manchas solo les salen a los que ocultan sus traumas y yo no tengo de eso. Que sí, que sé que yo no corro ning...