CAPÍTULO 2

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Encuentro insultante esta resaca causada por dos latas de treinta y tres centilitros de cerveza. Abro los ojos y descubro que estoy en mi habitación. Soy incapaz de adivinar la hora. Estiro el brazo y agarro mi teléfono. Apenas tiene un seis por ciento de batería. Lo primero que hago es ponerlo a cargar. Después, mirar la hora. Las dos y cuarto de la tarde. Con mucha calma, me pongo a releer mi última conversación con Dina. Anoche, al llegar a casa, seguimos hablando un buen rato. Y juraría que el tono que ambos empleamos fue más intenso que otras veces. Casi hasta romántico. A lo mejor porque estábamos un poco borrachos. Al releer todo de nuevo, encuentro que las bromas que nos hicimos se volvían más gráciles y personales en cada réplica, como si entre nosotros existiese una complicidad labrada durante años. No llegamos a hablar de nada trascendente, y, aun así, tampoco hizo falta. Siempre lo he tenido muy claro: el sentido del humor es la única llave que abre el verdadero camino a cualquier relación sólida. No creo que jamás considerase especial a una persona con la que nunca me río.

Tras varios repasos a nuestras palabras escritas, me levanto de la cama. En el salón están mi madre y mi hermano Darío. Ambos comen alitas de pollo fritas mientras miran la televisión en silencio. Al verme, mi madre me mira con un gesto que se debate entre el disgusto y el hartazgo.

—Vamos, hombre, vaya horas —protesta.

—Menuda cara de resaca —malmete Darío.

Yo chasqueo la lengua con la intención de que me dejen tranquilo.

—Venga, cógete tu plato —ordena mi madre.

Obedezco y me sirvo unas cuantas alitas y dos litros de agua para mí solo. Cuando me he sentado, me doy cuenta de que mi hermano me está observando con una sonrisa de lo más peligrosa.

—¿Dónde estuviste ayer? —me pregunta.

—Pues por ahí —respondo con sequedad.

—¿Y con quién?

—¿A ti qué te importa?

Darío se ríe en voz muy alta. Mi madre chista con agresividad.

—¡Callaos un momento, hombre! —exclama tratando de oír el programa informativo.

Miro la televisión por primera vez desde que estoy en el salón y, oh, sorpresa: hablan de lo mismo de siempre. "Los expertos han mostrado su rechazo hacia la aceptación de determinadas pruebas.", explica el presentador. "Son insuficientes, carecen de cualquier rigor y credibilidad", se queja un tertuliano. Deduzco que tan solo manejan conjeturas, como ocurre a diario. "¿Qué dictaminará el juez de instrucción? ¿Se tomará estas pruebas verdaderamente en serio?".

—Dios Santo... —suelta mi madre pasmada.

—Pero si están repitiendo lo mismo de siempre —se queja Darío.

—El Tribunal va a reabrir el caso. —repite ella—. Esto es muy grave.

—¿Y qué pruebas son esas? —intervengo.

—Calla y te enteras —me corta Darío.

"Juan Mora, quien fue acusado por el asesinato de su exmujer el pasado año y que ya fue puesto en libertad por falta de pruebas hace ya cinco meses, vuelve a estar en el punto de mira tras haber sido diagnosticado el martes pasado de glaucosis cutánea. El diagnóstico se ha realizado tras la aparición de un glauco en su barbilla. Al conocerse la noticia, el juez ha decidido retomar el caso por si la sintomatología pudiese estar vinculada al presunto homicidio". Lo cierto es que a mí nada de esto me sorprende demasiado. "Este acontecimiento, por supuesto, ha resultado de lo más polémico entre la opinión médica. Incluso ha llegado a despertar nuevas sospechas entre el sector proocultista."

El efecto silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora