Capítulo 26: Batalla en el desierto

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Volaron durante otra noche, bordeando los límites del Desierto de Kunner. No habían encontrado ni rastro de la familia de Gylfie en ninguna parte, ni siquiera en el viejo cactus donde vivián todos juntos antes del secuestro.

Mientras volaban, Soren se puso a pensar a fondo en San Aegolius y en la completa maldad de las aves rapaces que lo habitaban. El mal parecía haber afectado a casi todos los reinos: robo de huevos en Ambala, rapto de polluelos en Tyto, y ahora el peor horror de todos, canibalismo en Kunner. Hortense les había dicho que unas pocas lechuzas de Ambala habían averiguado de una manera u otra que el origen del mal estaba en San Aegolius, pero sus propios padres creían que era un hecho fortuito, tal vez una pequeña banda de lechuzas renegadas, nada tan grande y poderoso como la academia. Jamás habrían podido imaginarse un lugar semejante, y Soren presentía que muy pocas lechuzas en cualquier reino serían capaces de ello. ¿Era posible que Soren, Gylfie y Twilight fuesen las únicas que conocían el alcance y el poder de San Aegolius? ¿Eran las únicas que reunían todas las piezas de aquel horrible rompecabezas de violencia y destrucción que afectaba a todos y cada uno de los reinos? Si eso era cierto, debían mantenerse unidos. La unión hacía la fuerza, aunque fuese sólo la unión de tres. Ellos eran los tres que conocían la terrible verdad de San Aegolius. Sólo su experiencia podía ayudarlos a salvar otras aves como ellos.

Soren se acordó de cuando estaba todavía preso en San Aegolius y se dio cuenta por primera vez de que no sería sencillo escapar. Qué espantoso había sido imaginarse a su querida hermana, Eglantine ahí fuera. Pero habían logrado huir, y ahora sabía con certeza que su misión era más importante de lo que él, Gylfie y Twilight se habían imaginado nunca. Soren sabía que debía meditar detenidamente cómo podía explicar todo aquello a Twilight y Gylfie.

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De tarde en tarde, los tres bajaban la vista y veían a Digger andando penosamente a través de la arena del desierto. De vez en cuando Digger alzaba el vuelo, pero siempre a ras de tierra, escudriñando el desierto en busca de cualquier madriguera que pudiera cobijar a sus padres. Pero básicamente corría, extendiendo sus patas largas y casi sin plumas sobre la arena, levantando la cola corta y achaparrada para aprovechar el empuje del viento por detrás y así ganar velocidad. O, si soplaba viento de cara, como en ese momento, agachaba la cabeza, pegaba las alas al cuerpo y embestía hacia adelante.

—Ese mochuelo loco tiene las patas más fuertes que he visto en mi vida —murmuró Twilight cuando la primera tajada de luna aparecía en el cielo.

—Las patas más fuertes y la cabeza más dura —agregó Gylfie.

Pero en el fondo Soren sentía un atisbo de viva admiración por aquella extraña ave. Uno no podía menos que maravillarse de la determinación de Digger. Cuando Soren lo meditaba, oyó algo. Inclinó la cabeza hacia un lado y después hacia el otro.

Como en todas las lechuzas comunes, los pabellones auditivos de Soren no estaban situados simétricamente a ambos lados de la cara: el izquierdo se encontraba un poco más arriba que el derecho. De hecho, ese par desigual de orejas le ayudaba a captar mejor el sonido. Y ahora accionaba instintivamente determinados músculos de su disco facial para dilatar su superficie y ayudar a conducir los sonidos hasta su oído. El ruido venía del lado de barlovento, su oreja derecha, pues era ese oído el que lo recibía antes que el izquierdo. En ese momento el sonido llegaba casi al mismo tiempo a ambos oídos, quizá con una diferencia de una millonésima de segundo.

—Triangulando, ¿verdad? —preguntó Twilight.

—¿Qué? —dijo Soren.

—Una palabra complicada para definir lo que mejor hacen las lechuzas comunes. Averiguar exactamente de dónde viene un sonido. ¿Hay algo sabroso ahí abajo? No me vendría mal un bocado.

Los Guardianes de Ga'hoole #1 "La Captura"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora