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BLACK

Miré el anuncio que tenía en mis manos. ¿Sería ese el lugar? Definitivamente me encontraba en un callejón. Lleno de todo tipo de animales que no quería ni mirar, incluso había un vagabundo tapado con un trozo de cartón intentando resguardase del frío en pleno mes de febrero.

Cuando pasé por su lado, levantó ligeramente la cabeza. Parecía un hombre de unos sesenta años, de pelo canoso y barba kilométrica de color gris con bastante suciedad.

—¿Te has perdido, niña?

Lo ignoré por completo y caminé a paso ligero. Solo quería hacer la entrevista y volver a mi casa lo antes posible y asegurarme de que mi abuela y mi hermano están bien.

—No corras, cariño. Solo quiero hablar.

Ni siquiera me di cuenta de la velocidad que llevaban mis pies. Sentía que de un momento a otro ese hombre me llevaría a rastras con él y haría conmigo lo que le diera la gana.

Pero el temor fue sustituido por un apéndice de esperanza cuando me topé con una puerta negra donde se podía ver el dibujo de una especie de casco y justo debajo la palabra "Infernus".

Me resultó bastante raro que no hubiese nadie custodiando la entrada, así que llamé, o mejor dicho, aporreé la puerta de metal para que el vagabundo borracho no se acercase más a mí.

La puerta tenía una pequeña rendija rectangular que podía abrirse, dejando ver entonces unos ojos pequeños que me escrutaban con desconfianza.

—¿Quién eres?

—Yo... —carraspeé. —Soy Ángela Black. Vengo para hacer la entrevista.

—A estas horas no recibimos más visitas. Vuelve mañana. —Su mirada me recorrió de arriba abajo. —Si es que necesitamos tu ayuda, claro.

La música tronaba detrás de la figura de ese hombre y las luces de neón rojas se reflejaban en su pelo canoso.

—Por favor... Me dijeron que debía venir como muy pronto a las tres de la mañana.

—El jefe nos ha ordenado estrictamente que no le moleste nadie más. Debes irte.

—¿Es que usted no tiene familia?

—Vuelve mañana, niña.

Miré angustiada hacia el vagabundo que ya estaba a escasos metros de mí.

—¡Nena! ¡Ven aquí!

Me giré suplicante hacia el gorila.

—Ayúdeme.

—No se me permite dejar que nadie entre sin permiso.

—¿No puedes avisar a tu jefe?

El vagabundo estaba cada vez más cerca mío. Escuché un ruido y los ojos del portero habían desaparecido.

—Joder... —mascullé para mis adentros.

Me guardé el folleto rojo sangre en el bolsillo trasero de mi vaquero y corrí con todas mis ganas hasta la salida del callejón. El abrigo de plumas que llevaba puesto no ayudaba a pudiera correr más rápido, pero al menos pude despistar al borracho que me perseguía. Corrí y corrí hasta que llegué a la parada del autobús. Tenía una anciana sentada a mi lado que me saludó con la cabeza mientras me giraba para poder coger el folleto de mi pantalón. ¿Qué hacía una señora tan mayor a esas horas esperando un bus nocturno?

INFERNUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora