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WHITE

La aparición de mi hermano en medio del pasillo no me hizo demasiada gracia. Tampoco me dio muy buena espina.

—Hades. —dijo mi hermano a modo de saludo. Miró de reojo a mi chica, la cuál se quedó inmóvil. —Niña.

Ángela se cruzó de brazos y le miró con la ceja alzada. Contuve la risa, pero se me escapó una pequeña carcajada sin querer. Zeus encarnó una ceja, al igual que Ángela y me miró molesto.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté.

Se quedó callado, y en vez de responder a mi pregunta, él hizo otra.

—¿En serio, Hades? —dijo señalando el cuerpo de Ángela. —¿Ésta?

—Eh... —dijo ella. —Que estoy aquí.

—Por desgracia. —dijo mi hermano con resentimiento. Ahora fui yo quien se puso delante de ella, tapándola con mi cuerpo. Lejos de la mirada de Zeus.

—No le hables así, Zeus.

—Te recuerdo que estás casado. Con mi hija, nada menos.

—Tu hijita me puso los cuernos, varias veces. Una con Perseo, otra con Jasón, y creo que Hermes también estuvo metido entre sus piernas. ¿Y soy aquí el adúltero? Venga, Zeus.

—¿Y todas esas frescas humanas con las que te has estado acostando desde que montaste ese dichoso club? —Ángela se tensó a mi lado. Aún seguía siendo mi empleada, pero no iba a permitir que Zeus insinuase que Ángela era una más de mis conquistas que iba a tirar de un momento a otro. —Si no recuerdo mal, tú trabajas para él. —dijo dirigiéndose a Ángela. Joder, ya lo iba a soltar.

—¡Cállate! —grité, haciendo que retumbase todo el castillo.

—¿Osas hacerme callar a mí, Hades? —dijo mi hermano inflando su pecho.

—¿De qué cojones vas? Soy el mayor, Zeus. Y lo seguiré siendo.

—No de todos. La más mayor es Hestia, y lo sabes.

—Pero sí de nosotros tres. Además, estás en mi reino. Me desterraste porque te dio la gana. Entonces no vengas a mi mundo a tocar los cojones y a enfadarme. Sabes de sobra que tengo un lugar al que te puedo mandar sin ningún remordimiento.

—Eres malvado, Hades. Por eso mismo te desterré del Olimpo. No merecías estar allí. —dijo mi hermano, mirándome a los ojos. —¿Quieres seguir con tu capricho del club? ¡Sigue! —dijo alzando las cejas con sarcasmo. —¿Quieres tener a esta muchacha para ti solo y luego tirarla como hiciste con mi hija? ¡Adelante! —dijo entonces señalando a Ángela. —Pero no la arrastres a tú maldad, a tus traumas, ni a tu ira. No la arrastres a la oscuridad porque sabes que es un alma pura. No le hagas lo mismo que a Perséfone.

Su sola mención hizo que mis ojos se pusieran aún más rojos y mis brazos comenzasen a entrar en llamas. No sé cómo, pero Zeus me hacía enfadar de una manera que nadie más conseguía. Mi cuerpo empezó a incendiarse solo. El fuego recorrió mis piernas y luego toda mi espalda, a la cual Ángela se aferró en cuanto lo vio. La solté con fuerza, pero ella volvió a agarrarse. No podía hacerla daño, no quería hacerla daño. La volví a soltar y esta vez la empujé hacia la pared con una llamarada azul, la cual no hacía daño, con bastante fuerza. Se quejó de dolor y me partió el corazón ver lo que la había hecho, pero era necesario. Nadie puede tocarme cuando estoy así. Nadie puede atreverse a hablarme cuando alguien me provoca de tal manera. Mi pelo, peinado hacía los lados a modo de flequillo como algún cantante que he visto, se puso hacia arriba automáticamente.

—No vuelvas... —dije dando un paso hacia mi hermano. —a aparecer por mi castillo... —di otro paso hacia él, solo me quedaba uno. —ni a insultar a mi novia... —dije entonces juntando mi nariz con la suya de la ira que emanaba de mi ser. —Jamás.

INFERNUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora