Capítulo 32

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Bakugou se enteró que su padre y su pareja se habían mudado juntos a principios de otoño. Literalmente, sus primeras palabras cuando lo supo —de la boca de su propio progenitor en un almuerzo improvisado— fueron "que bien que me hiciste caso, viejo. No lo jodas".

El castaño no se sorprendió de aquellas rudas palabras por parte de su hijo. Todo lo contrario, sonrió y asintió en acuerdo.

Así que, en la actualidad Yoru Akemichi y Masaru Bakugou compartían un departamento en un edificio bastante costoso en el centro de Tokio. Mismo edificio en el cual ahora los menores estaban, viendo en la entrada el tablero de timbres para llamarlos y pedirles que les abrieran la puerta para escapar de la fría noche invernal.

—Debimos haberles mandado un mensaje antes —dijo el pecoso inquieto — ¿Y si no están en casa, Kacchan?

—Son las jodidas diez de la noche. Te aseguro que ninguno de los dos trabaja hasta tan malditamente tarde —gruño el cenizo —Toca el timbre de una puta vez.

— ¡¿Eh?! ¡¿Por qué yo?! —se señaló el de pecas.

— ¡Porque fue tu maldita idea venir! —apunto el cenizo.

— ¡P-Pero! ¡Tú eres su hijo! ¡Toca el timbre!

— ¡Me niego, hazlo tú! ¡Rápido que me estoy congelando!

Midoriya no quería ser quien tocará el timbre porque no tenía idea de qué decirle a la persona que contestará. Ya fuera el castaño o la azabache.

El cenizo no quería hacerlo por el simple hecho que ya había hecho suficiente al venir hasta el edificio de apartamentos a pedirle alojamiento —por una sola noche— a su padre. Que su relación hubiera mejorado no quería decir que todo estaba olvidado.

Podía convivir con Masaru pacíficamente y sí, accedió a pedirle ayuda porque lo consideraba de confianza. Pero eso no quería decir que estuviera del todo cómodo con la idea de quedarse toda la noche bajo el mismo techo con él cuando no lo hacía desde hace once años.

Finalmente, el pecoso se resigno y tocó el timbre. Unos segundos después, una voz suave les contesto.

— ¿Si? ¿Quien es?

Era Yoru. Sonaba cansada.

El pecoso trago saliva nervioso y el cenizo le dio un golpe en la espalda para que se apresurara en contestar antes de que les colgará.

—Hum, Yoru-san, soy Izuku. Estoy aquí con Kacchan, ¿podría abrirnos la puerta, por favor?

Hubo silencio, luego, un golpe fuerte.

Los menores se vieron confundidos entre ellos.

El timbre dejo de sonar, lo que quería decir que la comunicación se cortó.

Antes de poder preguntarse si eso era bueno o no, medio segundo después la puerta del edificio se abrió para que pudieran pasar, apenas lo hicieron, unos pasos rápidos se escucharon desde las escaleras y sin que pudieran reaccionar, una persona llegó hasta ellos para poner su mano derecha en el rostro de Izuku y sobre el hombro de Katsuki la izquierda.

Los menores se quedaron en silencio cuando vieron que esa persona era Yoru.

Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas y ninguno llegó a decir nada, ni a alejarse a ella, por miedo a desequilibriarla todavía más de lo que parecía.

Los dos se sintieron como si estuvieran delante de sus madres y por algún motivo, las hubieran alterado sin saberlo. Por lo tanto, prefirieron inconcientemente ser cuidadosos con sus acciones.

La azabache estaba despeinada y con un ropa de piyama de dos piezas de color verde esmeralda, olía a jazmín y sus manos eran cálidas. Se tomo su tiempo para analizar sus caras y luego, débilmente, se alejo de ellos y sus ojos dejaron de parecer llorosos luego de que pestañeo un par de veces.

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