Capítulo treinta y cinco

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La verdad

Los guantes de papá son incómodos, me quedan gigantes y aunque les he puesto un alfiler de gancho para que se ajusten a mi muñeca, igual se caen. De todas maneras los uso, no quiero ensuciarme las manos con tierra, más bien las uñas que quedan mugrientas.

Siempre he encontrado algo especial en el arte de cuidar una planta, sea cual sea el tipo. Es el hecho de ver algo creado por pequeñas semillas echando raíces y aferrándose a todo lo que encuentra para crecer grande y fuerte. En mi primera etapa de dejar los carbohidratos, estaba obsesionada con el tema de las verduras, su siembra y su cosecha, pensaba en la posibilidad de crear un huerto en casa, y ahora me ha nacido de nuevo esa necesidad, aunque solo hay semillas de malva guardadas desde hace casi cinco años y un espacio reducido para la vegetación. Esta mañana me he dedicado simplemente a jugar con la tierra y las posibilidades.

—Blair jardinera, ¿quién lo diría?

Suelto la pequeña pala y me paro del piso para saludar a Charlie. Él se acerca y me planta un beso en los labios como saludo, cerca de ellos me susurra:

—Te traje la tarea.

—Gracias —le respondo y me saco los guantes, dejándolos en la mesa del jardín. Charlie me sigue y se sienta, sacando los cuadernos de su mochila—. ¿Qué pasaron hoy?

—Cosas raras en matemáticas y más cosas raras en química —responde con un rostro de disgusto—. No te preocupes, lo anoté todo.

Yo asiento y comienzo a revisar los cuadernos mientras sus ojos no salen de encima de mí, llegando a ser incómodo. De todas maneras finjo que no me doy cuenta y sigo observando los jeroglíficos que Charlie tiene anotados. Es que el lindo chico no tiene una letra muy legible, pero bueno, supongo que su belleza interior y física puede recompensar ese pecado.

—Blair...

—No —lo detengo de inmediato—. Sé lo que vas a decir, y si me equivoco, sé que quieres hablar algo parecido. Yo no quiero. Así que ahora enséñame a hacer estas ecuaciones.

Charlie suelta un pequeño bufido y saca un lápiz grafito de su estuche.

—Pues veamos un vídeo en YouTube, porque ni yo sé.

Voy por mi laptop para que podamos ver tutoriales en YouTube de esas raras ecuaciones. Estudiamos cerca de dos horas, aprovechando los débiles rayos de sol que nos entrega el patio. Aunque nos ha costado un poco, logramos comprender algo, hasta hicimos un par de ejercicios de una guía que ha enviado el profesor. Eso me motiva, me da esperanzas de pasar el año que, hasta la fecha, está casi perdido.

Sigo con química, pero Charlie parece no querer ver más los cuadernos en su vida, así que entra a la casa en busca de comida.

—¿Con qué quieres el sándwich? —grita desde la cocina.

—¡No quiero sándwich!

Charlie no responde, pero aparece dos minutos después con una bandeja que contiene dos sándwiches y dos vasos de jugo.

—Necesitamos recargar energía —dice, volviéndose a sentar a mi lado. Él saca el sándwich y le da un mordisco, disfrutando plenamente de su sabor—. Tal vez debería ser chef —se halaga a sí mismo.

En otro momento intentaría concentrarme en cualquier otra cosa que no fuera él y su sándwich, pero ahora no. La comida ha dejado de ser un tema para mí esta última semana, pues apenas siento hambre. Así que me pueden poner una pizza familiar encima y mi apetito va a seguir siendo nulo. Mi estómago está apretado y con suerte me deja pasar el agua.

Nunca elijas a la chica rota ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora