Capítulo cuarenta y cinco

80 14 2
                                    

Pedazos de mí

Giro mi muñeca en movimientos circulares intentando que se pasen las molestias. La kinesiología no es como lo esperaba, pensé que sería relajante, que me ayudarían con la movilidad a través de masajes suaves, pero no. Son ejercicios molestos y que me han dejado exhausta.

«Hace mucho no me ejercito...»

Sacudo mi cabeza ante ese pensamiento y vuelvo a concentrarme en mi muñeca mientras camino hacia la sala de espera.

—¿Qué tal te ha ido?

—Bien, algunos ejercicios me dolieron —le respondo a papá.

—Es la primera sesión, ya verás que con el tiempo mejorará —dice, pasando su mano por mi espalda.

Su mirada se intercala entre Nick y yo, a los segundos, su rostro se vuelve amigable. No me tardo en comprender que quiere pedir algo, en eso es como un niño pequeño, se le nota de inmediato; como cuando me dijo que tío Richard y Charlie vivirían con nosotros.

—¿Vamos al centro comercial?

Ambos dejamos caer la cabeza junto a una queja; es automático.

—Chicos...

—Estoy cansado —dice Nick.

—De igual modo necesito pasar.

—¿A qué? —inquiero.

—Pues... —Me mira—. A comprar tu regalo, Blair.

—Ay, papá... —Pongo los ojos en blanco.

—De hecho, ¿qué quieres?

—Nada...— Me quedo en silencio, pensativa unos segundos por si algo se me ocurre, pero en mi mente solo aparecen cosas intangibles e imposibles—. No me hace falta nada.

—Siempre nos das señales para tus cumpleaños, pero este año no te he escuchado pedir nada... Bien, supongo que este será un trabajo difícil para mí —suelta en un suspiro—. ¿Y qué quieres cenar esa noche? Si se tratara del cumpleaños de Nick, sabría que pizza sería su primera opción, pero me he quedado un poco atrás contigo... ¿cuál es tu comida favorita?

—La lechuga —se burla Nick.

Me quiero quejar, pero me sorprende que Nick hable para molestarme, hasta me alegra en cierto punto. Pero no soy capaz de sonreírle, no me gusta hablar de comida... quizás me gustaría si hablara con alguien que me entendiera, que pudiera ver el mundo de la manera que yo lo veo. Por supuesto que este no es el caso.

—No sé... —le respondo a papá vagamente—. Me da igual lo que hagan para cenar.

—Vamos, Blair, sé que las cosas no andan muy bien y que no tienes muchos ánimos de celebración, pero hay que festejar. ¡Es tu cumpleaños número dieciocho! Vendrán tus abuelos, y si quieres puedes invitar a alguien... a las chicas, tal vez.

Niego. Apenas hablo con las chicas una vez a la semana, básicamente para saludarnos y saber cómo estamos, pero las conversaciones cada vez se vuelven más vacías y me atrevería a decir que monótonas.

—Supongo que vendrá Charlie —dice papá, intentando animarme, aunque suena más como un reclamo.

—Pues sí...

—Entonces, ¿algo especial que quieras ese día?

—Nada.

—¿Y el pastel? ¿Algún sabor de preferencia?

—Papá...

—Blair, debes decirme algo —insiste en un tono más severo, o quizás desesperado—. En serio, cariño, solo te estoy pidiendo que elijas un sabor o alguna decoración. No creo estar exigiendo tanto.

Nunca elijas a la chica rota ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora