Capítulo 𝒸𝒾𝓃𝒸𝑜

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Hay un tráfico horrible atravesando el puente, junto al irritante sonido de los cláxones siendo apretados incesantemente como si por solo ese hecho, los automóviles de más adelante fuera a volar para cederle el paso a los de atrás. Resoplo de mal humor y espero paciente a que la fila en donde estoy, avance a paso de tortuga.

—¡Oye! —escucho el grito de una voz masculina, seguida del sonido de un claxon—. ¡Muévete! —grita otra vez, en un tono bastante irritante.

Volteo mi cabeza y parte de mi torso, para poder ver hacia atrás.

—¡A ti te hablo! —Entonces me doy cuenta de que me está hablando a mí.

Lo ignoro y vuelvo a mirar hacia delante.

—¡Estás sorda, mujer! —vuelve a vociferar, esta vez manteniendo el claxon apretado.

Una mujer que se encuentran en el otro carril le grita.

—¡¿Por qué no te aprietas las pelotas, pedazo de imbécil?! ¡No ves que no se puede avanzar!

Y ahí comienzan una discusión de la que prefiero no ser parte, pero el hombre de cabello canudo y mediana edad, no me lo permite. Su actitud machista e irritante hacen que pierda los estribos.

—¡Las mujeres no deben conducir! —recita en tono de burla—. ¡Solo sirven para lavar ropa y cocinar!

Me saco el casco y volteo a mirarlo, qué se creía este fósil con canas.

—¡¿Por qué mejor no cierra su boca, don machito?! ¡Su época de la prehistoria ya terminó!

—¡¿Acaso no te funciona el pene ya?! —dice la otra chica, mientras empieza a reírse y él empieza a maldecirla, pero ella no se deja.

Si otro fueran los tiempos, seguramente no podríamos ni siquiera separar los labios para tomar valor.

Vuelvo a ponerme le casco de seguridad y fijo mi vista al frente. La fila de autos vuelve a avanzar un poco más y en cuanto veo la oportunidad de meterme en un espacio vacío en el tercer carril de mi derecha, lo hago. Pero no es mucha la distancia que avanzamos.

Trato de relajarme y esperar a que el tráfico llegue a su fin, mientras observo mi alrededor y escucho el estrés en que la gente se deja consumir. Todo va bien, hasta que mis ojos se detienen sobre la vereda del puente. Un hombre vestido de pantalones elegantes y camisa blanca parece sumido en sus pensamientos, entretanto una de sus manos se aferra a la baranda del puente. Su cabeza mira hacia el horizonte, permitiendo ver su perfil. Todo está bien y no me preocupa hasta que, lo veo limpiarse el rostro con la mano libre, como si estuviera llorando. Luego su rostro se alza al cielo como si clamara algo, entonces cruza del otro lado de la baranda, sosteniéndose con sus dos manos y dándome la espalda.

El corazón se me aprieta, el aire se queda atrapado entre mi pecho y mi garganta. Sé que algo está muy mal, pero no reacciono hasta que escucho a las personas de los autos decir:

Del otro lado del puente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora