Capítulo 𝒹𝒾𝑒𝓏

191 22 7
                                    

-ˋˏ ༻❁༺ ˎˊ-

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

-ˋˏ ༻❁༺ ˎˊ-

Adem

—¿Qué fue todo eso? —La voz de mi madre me saca de mis pensamientos y borra de manera casi inmediata la sonrisa que llevo planta en la boca.

—¿De qué hablas? —pregunto frunciendo el ceño sin dejar de mirar mi camino en la calle.

—Esa chica, la de la florería. ¿De dónde la conoces? —logra preguntarme con bastante interés.

Es claro que no le diré de dónde y en que circunstancia conocí a la chica de la florería, porque ella junto a mi padre son capaces de poner de cabezas a Estambul y encerrarme en alguna clínica si se enteran de que atente contra mi vida. Fue una completa estupidez lo que quise hacer en el Bósforo, pero hasta ahora me doy cuenta de ello.

Niego con la cabeza y desvío la vista del camino por unos segundos para observarla, porque me está mirando fijamente mientras espera mi respuesta.

—No la conozco ningún lado, madre, excepto de ese lugar del que acabamos de salir.

—No le mientas a tu madre, Adem Kadir Erkök —dice en un tono de incredulidad—. Tú y esa chica se conoce desde antes, sino porque estabas diciendo todas esas cosas.

—Mamá, por favor, ¿de dónde podría conocerla? —digo cuando me detengo frente al semáforo en rojo.

—Es lo que yo estoy intentando averiguar —añade—. Tú nunca has puesto flores en tu oficina y ahora resulta que vas a poner esas margaritas. ¿Por qué?

Suelto un bufido acompañado de una risa, al mismo tiempo en que observo a mi madre contemplarme con una de sus perfectas cejas maquillada alzada en un gesto de interrogación.

—¿Te golpeaste la cabeza madre? —vuelvo a poner el auto en marcha cuando la luz cambia a verde—. ¿De qué margaritas hablas? Ni siquiera he dicho tal cosa.

—Por Allah, Adem —resopla ella como si estuviera agotada—. ¿Quieres volverme loca, muchacho? Dijiste que te gustaron las margaritas, que las vas a poner en tu oficina. Lo dijiste cuando mirabas de pies a cabeza a esa jovencita.

Y las margaritas quedarán muy bien en mi oficina.

El recuerdo de las palabras a las que mi madre hace referencia se escucha como un eco en mi cabeza y la imagen de una Melek enfadada mirándome con los ojos fruncidos, mientras intentaba contener las ganas de volver a pisarme el pie con tanta fuerza que eso le permitiría arrancármelo, me hace volver a sonreír sin razón.

A esa chica definitivamente le falta un tornillo y otras cosas más en esa cabeza.

—¿Adem? —Me rio—. ¿Qué te pasa?

—Solo me acordé de un chiste —respondo.

Miro a mi madre de reojo mientras apoya la cabeza en el asiento y niega con ella. Murmura unas palabras ininteligibles, como si estuviera haciendo una queja frente a alguien invisible y eso me hace ampliar aún más mi sonrisa. He logrado mi cometido de hacerla desistir de sus interrogantes, porque no obtendrá ninguna otra información de mi padre.

Del otro lado del puente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora