Capítulo 4 INTERESANTE NOCHE

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-¿Se encuentra bien?- Preguntó al verme con la mirada perdida, quería llorar, las imágenes de la noche anterior aún no se iban- ¿Recuerda algo de anoche?.

-Me temo que no, mi Lord- Contesté, el monasterio se podía divisar cerca- ¿Puedo preguntar a qué va al internado?.

-Hemos estado viajando muchos días de seguido, en el pueblo cerca me recomendaron pasar por ahí para descansar y por favor... Señorita Evercloff, llámeme Derian- Dijo... Él era un hombre de no más de 25 años, quizá 27. Su cabello era negro como el carbón, sus ojos color miel, su mandíbula delineada, con una barba de quizá tres días y linda sonrisa, era fornido y de tez blanca.

-Entonces... Usted llámeme Ana- Asintió... El carruaje se detuvo, frente a las puertas del lugar y fuimos recibidos por una de las profesoras. Miré a Derian tragando saliva. Él bajó primero, me tomó de la mano ayudándome a bajar a mí. La profesora me miró horrorizada y se apresuro a cubrirme aún más con la manta que traía puesta.

-¡POR DIOS, SEÑORITA EVERCLOFF!- Exclamó- ¿DÓNDE HA ESTADO TODA LA NOCHE Y QUÉ HACE EN PAÑOS MENORES DELANTE DE UN HOMBRE?- se apresuró a gritarme. La miré con vergüenza, por que está situación la había provocado yo.

-La señorita Evercloff tuvo una interesante noche- La madre superiora salió por la gran puerta y se quedó mirándome esperando una explicación, era una mujer religiosa, ella obviamente no me iba a creer mi explicación lógica y científica- Soy el Lord Derian Eggenburg y la señorita tuvo lo que parece un episodio de sonambulismo que la hizo alejarse del castillo, la encontré en medio del camino. Es una suerte que no se haya encontrado con algún ladrón o violador. El sonambulismo es un estado en el que el cuerpo permanece despierto pero su cerebro no, lo cual provoca que caminé dormida. Le sugiero que encierre a la señorita de ahora en adelante- Soltó una pequeña risa.

-Parece que sí, su señoría. ¿Qué hace ahí, Ana?. Por favor vaya corriendo a su habitación a cambiarse. Debería darle vergüenza andar por ahí provocando, los párrocos y monaguillos pueden verla- Habló la madre, fruncí el ceño.

-Mi vestimenta no le da el derecho a ningún hombre de faltarme al respeto, madre superiora. Yo no estoy provocando a nadie- Contesté- Que los sacerdotes y monaguillos piensen como violadores y pervertidos no es mi culpa- Ella abrió sus ojos con mucha sorpresa, alzó su mano y me dio una bofetada, ahogué un sollozo.

-¿Cómo se atreve señorita Everclorff, a faltarle el respeto a esta sagrada vivienda donde la hemos acogido y enseñado lo mejor que podemos? ¿Cómo se atreve a decir semejantes acusaciones contra nuestros sacerdotes enviados por Dios? Es usted una hereje que merece ser castigada. ¡VAYA A SU HABITACIÓN AHORA MISMO!-Exclamó- De usted me encargaré después- Tragué saliva- Mi lord, por favor disculpe semejante espectáculo- La escuché decir, empecé a caminar hacia adentro. Tenía tanta rabia he impotencia que juró que podía ahorcar con mis manos a quién se me atravesará

Masajee mi mejilla que aún seguía caliente y ardiendo por la bofetada, el pecho me dolía, las manos me temblaban. Subí rápidamente por los escalones, algunas estudiantes me vieron, pero venía tan asustada y llena de rabia al mismo tiempo que no me importó en lo más absoluto, llegué a mi habitación y me quedé inmóvil un segundo, la puerta estaba entreabierta, recordé que alguien había entrado el día anterior de forma imperceptible, por unos minutos tuve miedo de que alguien me estuviera esperando allí, Victoria quizá, ella tal vez pudo verme espiándola. Sentía que mi corazón palpitaba tan rápido que se me iba a salir. Tomé un poco de valentía y abrí, no había nadie, todo estaba tal cual lo había dejado, solté un suspiro de alivio, me apresure a entrar. Cerré con seguro y en ese momento me derrumbé, el trauma era mucho. Me cubrí la boca para no gritar de la impotencia y miedo, me deslice por la puerta y caí allí llorando como si tuviera un mar dentro. Las imágenes inundaban mis recuerdos tan vívidos que quizá jamás podría sacármelas de la cabeza. Victoria había asesinado a alguien, delante de mí y lo peor, yo no había hecho nada para impedirlo, me había quedado allí, agachada solo mirando como le arrebataba la vida a esa pobre he inocente niña, cómo se burlaban de su cuerpo de la forma más grotesca y sádica, ¿Cómo podían manosearse con su cuerpo aún fresco?. Mi labio inferior temblaba, no sabría cómo podría mirarla a los ojos y no temer, cómo tendría la valentía de seguir en este lugar sabiendo que a cualquiera de nosotras nos podría suceder lo mismo. Sollocé allí, he intenté no pensar en nada de los extraños acontecimientos que ocurrían, me era imposible no hacerlo. Sus ojos, su cabello rojo sangre, su pálida piel y su amabilidad disfrazada de maldad era, sin duda alguna el mismísimo demonio disfrazado de mujer. Definitivamente Victoria Brünstatt no era humana, no podría, era un ser demoníaco y maquiavélico y que ahora estaba aquí y por alguna extraña razón me odiaba. Me sentía cansada, agotada, aunque el agotamiento físico era bastante sabría que no podría volver a dormir por muchas noches. Tomé el crucifijo de plata en mi cuello y lo apreté con fuerza entre mis dedos. Me lo había obsequiado mi tía Lilibeth por mi cumpleaños el año antes de que muriera. Solté un suspiro y me levanté del suelo para ir a la pequeña cama, sabía que se me vendría un castigo grande por la escapada anoche, la madre superiora era muy estricta y severa. En algún momento me quedé dormida profundamente, me desperté sobresaltada y llena de sudor, había tenido pesadillas, las más horribles y escalofriantes que pudiese imaginar. El atardecer ya estaba en su punto más muerto, mi habitación estaba a punto de quedar en la más absoluta penumbra, aunque aún había un pequeño rayo de sol que se colaba entre las cortinas de pesado terciopelo. Me levanté aún somnolienta, camine hasta la mesa del escritorio donde tenía el pequeño candelabro, tome el cerillo y encendí una a una las tres velas. De reojo vi una figura en la esquina más oscura de mi habitación, me quedé un momento quieta en mi lugar, tal vez había sido mi imaginación. Mis manos empezaron a temblar de nuevo, un escalofrío me pasó por la columna vertebral. Tomé valentía y giré mi vista hacía ese rincón y allí estaba. Lo primero que pude observar fueron sus ojos, rojos como un animal a punto de atacar. Di un paso hacia atrás aterrada, tropezando con el escritorio y tumbando el candelabro al suelo.

ANA FRANKENSTEIN +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora