Realidades Incómodas

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Anahí


De camino hacia casa, después de aquella conversación con Alfonso que me dejó más tranquila, paré en el supermercado. Julián insistió en que preparáramos pizza para cenar, así que compré todos los ingredientes y lo dejé hacer la mayor parte del trabajo. Estaba muy entusiasmado por ser el chef de la noche, así que una vez estuvo lista la cena, el puso la mesa, agarró un par de flores del florero que siempre tengo en el buró de la sala y las puso en el centro de la mesa. Cenamos, teniendo uno de esos sencillos, pero agradables momentos que espero que se queden grabados para siempre en su memoria, y luego, lo llevé a prepararse para la cama y lo acosté mientras esperábamos la llamada nocturna que le hacía su padre de vez en cuando

— Hiciste un excelente trabajo, campeón — lo elogió su padre en altavoz, al recibir la foto que Julián insistió en enviarle de nuestra cena

— Mamá me dejó ayudarla a preparar la pizza y luego yo puse la mesa solito

— No puedo creer lo grande que estás ya — le digo, participando en la conversación. Estoy intentando que mi hijo sienta que aunque estamos separados, siempre reinará la paz por su bienestar

— Es que ya tengo casi siete.

— Lo sé. Por cierto, que quieres para tu cumpleaños? — pregunta su padre

— Puede ser que vengas aquí a vivir con nosotros?

Me quedo en silencio unos segundos. Hemos hablado varias veces del tema, pero creo que le tomará tiempo resignarse del todo

— No, cariño. Eso ya no va a suceder — respondo — lo hemos hablado ¿Recuerdas?

— Si pero el ya no tiene novia. Entonces ustedes pueden volver a hacerse novios

Enarco las cejas. No sabía nada, realmente no sé nada de la vida de Javier últimamente.

— ¿Que te parece si para tu cumpleaños hacemos una fiesta para que invites a algunos amiguitos de la escuela? — propongo

Se queda pensando unos segundos

— Sólo quiero invitar a Cristóbal, a Paula y Quique — Me enternece lo que dice

— Está bien. Puede ser una fiesta pequeña

— Y mi papá puede venir? — pregunta

— Ahí estaré sin dudas — dice Javier

— Y puedo tener un pastel de Paw Patrol?

Pregunta haciéndonos reír

— Puedes tener el pastel de lo que tu elijas.

Después de la conversación, lo dejé solo en su habitación a eso de las 8:30pm y me quedé hablando con Javier acerca del próximo cumpleaños de nuestro hijo. Es la primera vez en mucho tiempo que hablamos con calma, en paz. Y es imposible no sentir tranquilidad. Últimamente, he estado permitiéndome aceptar realidades incómodas, y una de ellas, es que tal vez mi matrimonio con Javier nunca debió ser. He logrado ver con claridad los momentos en los que era evidente que tal vez, no estaba tan involucrada en nuestro matrimonio cómo pensaba. Cómo cuando olvidé nuestro aniversario y me mentí a mi misma diciéndome que simplemente no soy muy buena recordando fechas. Ignorando el hecho de que, incluso siendo una mujer adulta y casada, seguía recordando la fecha en la que conocí a mi mejor amigo de la infancia, seguía recordando las fechas de cada una de las tontas primeras veces que viví con Alfonso, pero no podía recordar la fecha del aniversario con mi esposo. O cuando empecé a buscar excusas para no tener sexo con él y preferí pensar que sólo era una etapa en la que estaba ocupada y demasiado cansada para buscarlo. Alguna vez si estuve enamorada de Javier, pero en este punto, mirando en retrospectiva y con la pronta tranquilidad que he alcanzado después de nuestra separación, no estoy segura si nuestro amor alguna vez debió ser. Estoy segura que hay una diferencia entre el enamoramiento y el amor maduro y sólido. El primero se basa en la idealización del otro, en lo que obtienes y te brinda. Suele absorberte tanto que no te permite crecer cómo persona. El segundo te reta, te confronta y es realista, crece y evoluciona, pero los involucrados crecen y evolucionan a la par.

Después de la LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora