Capítulo 3

8 2 0
                                    


Las cocinas sobrevivieron a duras penas a la tarde. Los fuegos ardieron sin descanso. Los cocineros hicieron horas extras. Daba igual la comida que hubiera, nada era capaz de satisfacer el apetito de una Lina enfadada. Así, se acabaron las patatas y empezaron a escasear los cochinillos cuando la hechicera se levantó, por fin, de la mesa.

—Uff, qué bien he comido. —soltó tras un eructo de dama.

En ese momento, se oyó el suspiró colectivo de los cocineros. Se palpó el alivió entero del castillo. La bestia había sido saciada y Saillune viviría un día más para contarlo.

De vuelta a su habitación, la hechicera fue atenta a cada sombra, cada ruido de los habitantes del castillo. Gourry seguía desaparecido. Quizás, se debía su creciente temor a las bolas de fuego o, quizás, seguía siendo parte del juego. Lo único que tenía claro es que él estaba cerca.

Había pequeños indicios de su presencia en el palacio: en la despensa real no quedaba ni uno de sus hojaldres favoritos y su equipaje descansaba en su habitación de siempre, la que estaba al final del pasillo. Pero aún no había rastro de su pelo rubio.

Lina se paró en el descansillo. Miró a ambos lados. El pasillo estaba desierto. Volvió a mirar tras de sí y, con cuidado, se deslizó sobre la alfombra roja hasta su habitación. Cerró la puerta tras de sí y lanzó un suspiro. Estaba a salvo.

Ahora era cuando venía lo más complicado, sobrevivir a la noche. La chica echó el cerrojo a la puerta y dió un último repaso a la estancia. La habitación estaba desierta, las ventanas blancas cerradas. La cama estaba hecha, y ella sintió cómo sus ojos eran atraídos hacia sus cómodas almohadas, hacia sus cojines azul intenso. Tanta comida había hecho que se sintiera pesada y esa cama parecía tan blanda, tan calentita. Ya podía sentir cómo le pesaban sus párpados cómo...

—No, —dijo con firmeza— debo permanecer despierta.

De esta forma, Lina evitó la tentadora llamada de su cama y, en su lugar, escogió una silla de madera. Se sentó a horcajadas en ella y esperó. Esperó a que llegara la noche, a cualquier señal de alarma.

Mientras esperaba, repasó los consejos de Gourry. El primero, no bajar nunca la guardia. Se notaba alerta pese a las horas pasadas. Sus ojos volvieron a barrer la estancia. No había sombra fuera de lugar, mueble mal colocado. Nada.

El segundo: escuchar lo que no se oye. La hechicera expandió sus sentidos. Escuchó el rumor del viento en la ventana, el suave murmullo de las criadas. Escuchó con atención y, de nuevo, no advirtió nada.

Así que pasó ahora al tercer consejo: confía en tus sentidos. Lina cerró los ojos y escuchó lo que le decía su cuerpo. Sus piernas cosquilleaban, inquietas. Sus párpados pesaban. Sus dedos estaban fríos. De fondo, constante, estaba el suave compás de su corazón contra el pecho.

Lina suspiró y relajó un poco los hombros. Notaba ya las horas haciendo mella en su cuerpo, ¿cuándo iba a aparecer Gourry?

Pasó al cuarto consejo: sorprende a tu enemigo. Al pensar en este último, Lina entrecerró los ojos. Gourry ya la había sorprendido la primera noche, y, si fuera listo (cosa que no era), no volvería a sorprenderla dos veces con el mismo truco. Sin embargo, el chico tenía otro tipo de inteligencia cuando se refería a las emboscadas y las batallas. En esos momentos, se volvía alerta y eficiente. Casi como si fuera inteligen...

—Mierda. No va a venir, ¿verdad?

La hechicera miró por la ventana. La noche ya clareaba y daba paso al día.

—Maldito Gourry.

Ahora notaba el peso de la noche en cada una de sus articulaciones, en su culo dolorido. Pero, por encima del cansancio, notaba el hambre. Su estómago sonaba como una horda de Lesser demons sedientos de sangre o, como mínimo, de beicon. Así, Lina saltó de la silla y fue a buscar el comedor abierto más cercano. Esto puede parecer una tarea sencilla pero, en un castillo con más de tres salas de baile y diez comedores, implicaba tener conocimientos expertos de etiqueta y protocolo y, por desgracia, ella carecía de ambos.

El arte de detectar enemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora