Capítulo 1

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No era invierno y hacía frío. No era de noche y, sin embargo, el cielo estaba oscuro y plomizo. Ese día había amanecido tintado de grises, de marrones oscuros. El bosque era un conjunto de árboles pelados y de madera color cuero, mientras que el viento jugaba con los tonos ocres, arrastrando vendavales de hojas por el suelo.

Era uno de esos días en los que el vaho se hiela al salir de la boca y las manos se congelan aún con guantes puestos. Por eso no había gente por los caminos.Todos los que tenían un buen juicio se habían quedado al resguardo del viento. Excepto, claro está, por dos tontos que iban rumbo a Saillune.

—¡Que puto frío hace! —dijo el primer tonto.

—¡Achís! —respondió otro.

A merced del viento había una Lina malhumorada. Su pelo rojo ondeaba salvaje a ambos lados, mientras su culo se mantenía helado, su boca, prieta. Al otro lado del fuego había un Gourry rubio y alto. Tenía una espada colgada al cinto y, en su mano, sostenía un cubierto de madera.

La pareja estaba alrededor de una triste hoguera, calentando el almuerzo. Hoy era el turno de cocinar del mercenario y del fuego salía un aroma exótico. El aceite chisporroteaba y su olor se mezclaba con el de las salchichas, con el del pimiento y el ajo.

—¿Qué diablos haces?

El muchacho apuñalaba ahora una masa de harina, mientras los ojos de ella estaban fijos en el mejunje color crema.

—Migas —respondió su él sin dejar de remover— ¿Quieres que te enseñe?

Lina olfateó de nuevo la masa y se encogió de hombros.

—Si insistes...

La hechicera se acercó un poco al mercenario y tomó la cuchara que le ofrecía. Desde que Gourry le enseñó a hacer grullas de papel, pequeños momentos como estos animaban sus rutinas. Ninguno de los dos sabía muy bien el motivo pero, en estas ocasiones, ella abandonaba su mal genio y él olvidaba mantener las distancias con su amiga. Había roces tímidos de manos, pequeñas sonrisas.

A veces se requería de dos intentos, quizás tres, pero nunca cuatro. La hechicera aprendía rápido. No era una experta en todo, pero dominaba la técnica y los conceptos. Así, Lina había aprendido primero a manejar un arco de caza y, después, a hacer migas. La cuchara de madera separaba ahora la masa en pequeños trozos mientras que Gourry, con cuidado volcaba, el aceite hirviendo de las salchichas. Olía de maravilla.

El viento silbó entre las hojas de los árboles y el estómago de Lina se sumó a la melodía.

—¿Le queda mucho? —preguntó la chica.

—Ya casi está —dijo él entre sonrisas.— Sólo queda...

El mercenario calló de pronto.

—¿El qué?

Pero él parecía no oírle. Tenía la mirada perdida en el bosque.

—¿Gourry? —probó más alto.

Nada. No hubo respuesta. El mundo entero se detuvo un momento, mientras el viento soplaba y Lina contenía un suspiro.

—¡¿Hola?! Tierra llamando a Gourry, ¿hay alguien?

Entonces, un sonido superó a Lina y al viento. Se oyó fuerte, casi imperativo.

—¡Shh!

Gourry se había llevado el dedo a los labios. Su mirada andaba fija en los matorrales de la izquierda. Su cara estaba seria, dura.

El arte de detectar enemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora