Fue agradable que Frank no me despidiera como si esa fuera la última vez en la que sería vista con vida, a diferencia de todos los demás aquí que parecían tener muy asumido que solo era cuestión de tiempo antes de que tuvieran que devolver mi cuerpo en pedazos. Por el contrario, él me acompañó todo el camino hasta el subterráneo de manera despreocupada mientras charlaba sin parar, y aunque no oí ni una sola palabra a causa de mis nervios, agradecía la intención.
Después de que las puertas se cerraran dejándome en compañía de nadie más que los presos, respiré profundo y repetí en mi mente que hoy no moriría.
Quizás mañana, pero no hoy, en mi primer día.
Cargué el carrito con los suministros necesarios antes de dar marcha hacia mi condenada celda asignada.
—No voy a morir, no voy a morir...—seguí murmurando hasta estar frente a su puerta—Es como un burrito colgado del techo, no puede hacerme nada.
Sin más, coloqué la tarjeta de acceso e ingresé, mis ojos se dirigieron hacia el techo por inercia, pero entonces lo encontré tieso en el suelo. Claro, lo habíamos dejado ahí, no es como si pudiera levitar. Las moscas revoloteaban a su alrededor por la comida que no había comido. Quizás no estaría mal limpiar un poco, lo haría si me cercioraba de que no podía matarme.
Me desinflé como un globo, relajándome a medias.
Era inevitable que el miedo fuera sustituido por algo de culpa al verlo en un estado tan inhumano, tuve que recordarme una vez más que él era un criminal y debía haber cometido algo lo suficientemente horrendo para merecer estar en este lugar.
— ¿Hola...? —Cerré detrás de mí por si acaso, acercándome con cautela hasta estar frente a él—Soy Beatriz, yo... umh... soy la encargada de cuidarte hasta superar la iniciación y... Oh, ¿estás dormido?
Me sentí una estúpida por no haberlo notado, porque su respiración pausada era bastante notable.
Me aliviaba bastante, pero aún así debía despertarlo para alimentarlo.
¿Y si mejor no?
Iba a alimentarlo, viendo la comida en el suelo, era obvio que no había ingerido casi nada. Pero antes, no quería perderme la oportunidad de saciar mi curiosidad.
Con cuidado, giré su cabeza de lado. No podía ver mucho de él, ya que entre la venda y el bozal, no quedaba mucha piel descubierta. Pero su estado en sí no parecía tan salvaje como había visto en un principio, solo parecía... Una persona común en pésimas condiciones humanas. Su cabello era negro y largo, llegaba enredado hasta más debajo de sus hombros y en realidad, se veía muy mal, los nudos y la mugre acumulada con el paso del tiempo no podían pasar desapercibidos. Su piel mantenía un tono pálido enfermizo, no me extrañaba ya que en este lugar no llegaba ni un rayo de sol, pero también tenía capaz de suciedad pegada a la misma. Su estructura física me preocupo un poco, era alto y fornido, no tenía idea de cómo dado que en su condición, le era imposible desarrollar musculatura, pero era así, al tocarlo, se hacía notorio que sus brazos eran fibra pura. Tendría que tener mucho cuidado. Y por último, pero no menos desagradable, su olor, me basto con acercarme un poco para comprobar que en sus pantalones tenía rastros de orina seca y vieja, lo que provocaba el potente hedor que lo rodeaba a él y a esta celda.
El instructor no estaba en lo cierto al decir que lo habían domesticado para que no precisara tanto del baño, era un humano después de todo.
Me enderecé con un poco de asco después de saciar mi curiosidad.
Bien, eso era todo. Debía comenzar.
—Oye, vamos, despierta—lo sacudí un poco, y fue todo lo que se necesitó para que los músculos de su cuerpo se tensaran y gruñera—. Cálmate.
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Condena eterna
Mystery / ThrillerBeatriz es una recién llegada en la infame prisión de Aspen, donde las opciones se dividen en dos: asecender o morir. ¿Su iniciación? Sobrevivir cuatro meses al misterioso y único residente de la celda 101. ¿El problema? Cada novato que se ha atrevi...