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De camino al hospital, Sortis piensa en las palabras que debería decirle. Ninguna suena bien en sus labios. Como si no pertenecieran allí ni fuesen diseñadas para que su lengua las modulara. No encajan los lo siento, ni los recupérate pronto. Lo único que le parece medianamente decente es decirle: ¿Sabes? y luego, con suavidad, no lo decía de forma literal. Te tomaste mis palabras demasiado en serio.

Pero llega y no dice nada de eso. Kang duerme con una expresión de dolor en su rostro y aprieta los ojos, inclina sus cejas. Su pierna se eleva entre algunas sábanas y descansa en una cuerda visiblemente cómoda que cuelga del techo. Parece un ángel, y a Sortis se le ocurre que sólo los vulnerables enfermos, y los altruistas doctores, son quienes tienen la posibilidad de acercarse a la divinidad de Dios. Entonces decide inmediatamente que no quiere ser un ángel. Ni como Kang ni como su amable enfermera. Y como si ahora estuviese siendo escuchado, habla:

—Si para ser un ángel se necesita estar dolido, entonces no tengo interés en serlo. Tampoco si involucra desgarrarse para cuidar al otro.

Kang se despierta minutos después. Siente una presencia que acecha su espalda y entonces se mueve bruscamente, para encontrar a Sortis. Pero llora. Su pierna se mueve con su cuerpo y a veces se olvida de semejante detalle. Las lágrimas no tienen que esforzarse para escurrirse de sus ojos.

Y Sortis vuelve a decidirlo. No hay forma en la que quiera ser un ángel si estos son los requisitos. Entonces, como la primera vez, observa unos segundos y huye.


Kang es dueño de una pierna rota y una maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora