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A las diez de la noche, cuando termina el ensayo, Sortis acompaña a Kang hasta su casa. Se ha quedado allí por puro masoquismo. La obra, la que es suya, había terminado cerca de las seis. Así que Sortis sabía que Kang había estado allí para someterse a ese proceso doloroso de contemplación parecido al que las orugas pequeñas se someten al mirar una mariposa, a sabiendas de que tardarán mucho en convertirse en sus pequeñas superiores.

Antes que nada, Sortis pasa por una tienda y compra un cartón de huevos. Hay una tele en una esquina y anuncian un terremoto cuyo epicentro fue la montaña que está al frente de ellos y que se dio, aproximadamente, cuando ambos observaban el tercer acto de una de las obras. Fue un temblor suave. La montaña se limitó a sacudirse el polvo, y dejó algunos escombros en los alrededores. Barro y trozos de monte.

Al llegar, la madre de Kang duerme. Él, por su parte, está agotado y se siente adolorido. Sortis no va corto de tiempo. Lo acompaña hasta su cuarto, deja sus muletas al lado de la cama y se despide. La montaña los observa.


Kang es dueño de una pierna rota y una maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora