Begonia

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MI HELADO FAVORITO

Ese fue el verano más caluroso de la historia, yo salía del reforzamiento escolar porque llevaba materias pendientes y tenía apenas diez años.

Sentí unos pasos correr tras de mi, al voltear, lo ví. Traía dos conos de helado, uno en cada mano; sonrió con ternura y, sin decir palabra, se ofreció a  invitarme.

—Odio el helado. —afirmé continuando mi camino.

Él, lejos de sentirse incómodo, seguía mis pasos.

—No importa. —me dijo— Mi abuelo es heladero —no paraba de hablar— y tampoco le gusta el helado. —Luego de un pequeño silencio, cambió el tema— Soy Julio Ganoza, el nieto. —su sonrisa insistía en que yo hablase— ¿También estás aquí por conducta?

—Mis padres se divorciaron. —manifesté exasperada — Además de conducta, llevo cursos pendientes. La psicóloga dice que debo mantenerme ocupada, así que reprobé a propósito.

Desde aquel día, Julio Ganoza, el nieto, se convirtió en mi mejor amigo. Cinco años después su abuelo murió y él tuvo que mudarse a algún lugar de Europa, dónde vivía su mamá.

La heladería de los Ganoza perdió el brillo y sus puertas, antes abiertas de par en par, se volvieron prisioneras de un candado.

Perdí el contacto con Julio la noche que fui a despedirlo en el aeropuerto.

—Me gustas desde que éramos niños, —alegó con evidente nerviosismo— desde esa tarde en la que te encontré y me rechazaste un helado. Solo podría quedarme si tú...

Aparte su mano de mi mejilla, ocultando mis sentimientos mutuos. No podía permitir que Julio se quedase, sería reprimir sus sueños y las oportunidades que Europa le ofrecía.

—Tu y yo solo somos amigos. —aclaré.

Han pasado diez años y ahora camino por el centro de la ciudad, buscando esa nueva heladería de la que tanto me ha hablado mi sobrina.

H E L A D E R Í A
‹Julio Ganoza›
EL NIETO

Anuncia el inmenso cartel. Un hilo frío se apodera de mi cuerpo y al verlo, mi corazón quiere escapar.

—¿Quieres un helado? —cuestiona con la misma sonrisa de niño.

—Odio los helados.—respondo con rapidez.

—Pero este se llama Samara. —me sonrojo al oír mi nombre.— Es una niña a la que conocí hace mucho tiempo... —camina hacia mi.

Segundos después agrega— Mi amor por ti sigue intacto, Samara.

—Y el mío por ti. —respondo de inmediato porque esa frase llevaba asfixiándome más de diez años.

Aún sigo descubriendo en sus labios el sabor de mi helado favorito.

Lo Que Las Flores No Cuentan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora