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Jeongin se dio una última ojeada en el enorme espejo de su habitación, sonriendo con satisfacción al verse. Su uniforme estaba tan ordenado como siempre.

Debido al calor estaba utilizando sus pantalones cortos perfectamente planchados, su camisa dentro de dichos pantalones se ajustaba a su delgada figura, sus zapatos lustrados y sus calcetas blancas sin ninguna mancha, su cabello cayendo sobre su frente, dándole un aspecto totalmente agradable a la vista de todos. En pocas palabras, se veía pulcro.

Bajó luego de unos segundos, encontrándose en el comedor con su padre que leía plácidamente el periódico y su madre dando vueltas como siempre en la cocina tratando de servir todos los platos de comida para el desayuno.

Con una sonrisa se acercó hacia su madre, la mujer que más amaba en su vida. La relación de ambos era maravillosa y envidiable, su madre lo apoyaba en cada cosa que Jeongin hacía, siempre llena de orgullo y amor hacia él.

– Buenos días mamá– saludó amablemente a la mujer, dándole un beso en la mejilla.

– Oh, Innie, ve a sentarte, serviré justo ahora– le dijo al menor mientras terminaba de servir en los bonitos platos de cerámica –. No toques nada que pueda hacerle daño a tus manos, mejor aléjate de la cocina, te lo he dicho mil veces– pidió de forma amable, tratando de cuidar a toda costa las talentosas y maravillosas manos de su hijo menor.

– Solo quería ayudarte– respondió con un puchero.

– Nada de eso, ve a sentarte– lo empujó suavemente hacia la mesa.

– Pero mamá, nunca me dejas hacer nada.

– Hijo, hazle caso a tu madre– habló el hombre de la casa bajando el periódico que leía hace unos momentos –, sabes como te cuida.

Jeongin suspiró derrotado. Era cierto, su madre nunca lo dejaba hacer nada, le pedía a toda costa que cuidara sus manos ya que gracias a su talento con el violín, era el orgullo de la familia, sus padres podían presumir sobre el maravilloso, educado y talentoso hijo que tenían.

– ¡Buenos días familia!– gritó Chan, el hijo mayor de la familia – Hola mocoso– saludó a Jeongin mientras revolvía su cabello, desordenándolo por completo; sabía que su hermanito odiaba que hicieran eso.

– ¡Deja de tocar mi cabello!– exclamó con molestia, tratando de poner todos los mechones en su lugar, no quería verse desordenado como su hermano que siempre iba vestido con cualquier cosa que encontraba, agregándole que no se peinaba, aunque él juraba que sí lo hacía.

– No seas llorón– le dijo con una sonrisa divertida –. Mamá, muero de hambre.

– Sí sí, lo sé– dijo la mujer, poniendo por fin los platos en la mesa –. Ya coman, montón de holgazanes hambrientos.

– El único holgazán aquí es Chan– dijo Jeongin, llevando un pedazo de pan tostado a su boca.

– ¿Disculpa? ¿Crees que la universidad es fácil?

Jeongin solo se encogió de hombros, le gustaba molestarlo.

– Ya, no discutan y coman– habló su padre, obteniendo un "sí, papá" al unísono por parte de los dos chicos.

Momentos después, Chan había salido camino a la universidad en su bonito y para nada barato auto, mientras que Jeongin iba con un puchero en los asientos traseros del auto de sus padres. Les había pedido un auto para él, pero se negaban a dárselo con la excusa de que estaba muy pequeño para tener uno propio, prometiéndole que le regalarían uno al cumplir los veinte años, y aunque no estaba satisfecho, no tenía otra opción más que esperar.

can't you see me ✧ [h.hj + y.jg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora