Ritual

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La primera noche de luna nueva del año, la gran y única Iglesia de la humanidad debía nombrar a su nuevo representante. Un solo hombre, elegido entre los poderosos, destinado a gobernar sobre todos. Yo era el predilecto.

El título supremo no era un simple honor, sino un destino reservado para el más fuerte entre las siete familias de magos. Solo aquel capaz de soportar el peso del poder y la sangre de sus predecesores podía alzarse como el siguiente padre de toda la iglesia.

El día de mi ascenso, el templo se convirtió en un santuario de sombras y susurros. Las siete familias aguardaban en silencio, los viejos cardenales observaban con rostros severos y toda la autoridad del distrito se encontraba presente. El aire olía a incienso y a muerte.

De pie frente al altar, sentí el peso del manto sagrado envolviéndome. Era rojo, teñido con la sangre de aquellos que habían caído antes que yo. En mis manos, un cofre de plata, frío como el juicio que estaba por recibir. En su interior, las cenizas del antiguo líder, aquel cuyo espíritu aún decidía el destino de su sucesor.

El ritual era claro: debía colocar el cofre sobre el altar sin soltarlo. Las escrituras advertían que, al hacerlo, imploraba la bendición del difunto. Si me consideraba digno, el cofre se abriría por sí solo, sellando mi destino como gobernante absoluto. Pero si mi alma fuera juzgada indigna... jamás se abriría. Y entonces, mi final sería decretado: la hoguera me reclamaría, y mis cenizas se unirían a las de aquellos que osaron aspirar a un poder que no les correspondía.

No temblé. No dudé.

Mi destino siempre estuvo escrito.

Fui bendecido.

Como segundo acto, tomé la copa a un lado del cofre y la cuchilla que uno de los cardinales sostenía. Corté la palma de mi mano que sostiene la copa. La sangre que cae a la copa es usada para bendecir a todos los miembros presentes en la ceremonía.
Un actor que parecía ser despreciable era para ellos una bendición

"Yo soy el camino entre todos ustedes. Seré su guía, seré su luz y seré su padre. Hoy y siempre, hasta la eternidad."

Como segundo acto, tomé la copa que reposaba junto al cofre y la cuchilla que uno de los cardenales sostenía con solemne reverencia. Sin vacilar, deslicé el filo sobre la palma de mi mano. Un ardor agudo recorrió mi piel cuando la sangre comenzó a brotar, cayendo en la copa como una ofrenda sagrada.

Cada gota era un juramento. Cada hilo carmesí, un pacto inquebrantable.

La sangre, símbolo de sacrificio y poder, sería usada para bendecir a todos los presentes en la ceremonia. Para ellos, lo que a los ojos del mundo podía parecer un acto despreciable o incluso desagradable no era más que una bendición.

Elevé la copa y hablé con voz firme, dejando que mis palabras resonaran en el alma de cada testigo.

"Yo soy el camino entre todos ustedes. Seré su guía, seré su luz y seré su padre. Hoy y siempre, hasta la eternidad."

....

Después de la ceremonia habían acontecido 3 días posteriores para la celebración política. Una gran fiesta en mi honor se celebraba en la gran mansión de nuestro jefe del distrito.


En alguna habitación de la mansion me encontraba arreglándome para la ocasión. Estaba frente al espejo del vestidor atando la corbata. En ocasiones veía el reflejo de mi amigo el cual estaba sentado en un pequeño sofá a un lado de la puerta. Se trataba de un jóven caballero de larga cabellera castaña, de ojos jade que acompañan, con unas pupilas dilatadas tal cual felino, acompañadas de una sonrisa burlona. El jóven miraba mis manos notando los problemas que tenía con mi corbata. Esa torpeza provocó una risa en él. Me dí la vuelta y le miré.

El hijo de abajoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora