Capítulo Doce

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Los últimos días estuve conviviendo con la misma sensación que padecía cuando era más pequeña y volvía del colegio: un nudo en la garganta que no se deshacía por mucha saliva que tragara, una presión continua sobre mi pecho que me dificultaba resp...

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Los últimos días estuve conviviendo con la misma sensación que padecía cuando era más pequeña y volvía del colegio: un nudo en la garganta que no se deshacía por mucha saliva que tragara, una presión continua sobre mi pecho que me dificultaba respirar, una contracción incesable en el abdomen y un cúmulo de lágrimas en mis ojos que intentaba retener sin demasiado éxito.

Quería haberle llevado el vestido a Ofira el día después a la cita con Silas, pero esta me había dejado exhausta. Estuve pasando los días tumbada sobre la cama mirando el techo de mi cuarto hasta memorizar dónde estaban cada una de las grietas, hasta tener la sensación de que podría dibujarlas a la perfección sobre un folio. Mientras las miraba luchaba para intentar hacer desaparecer mi malestar imaginándome en otras situaciones, pero cuando regresaba a la realidad, aquella sensación volvía multiplicada por mil.

Sentía un profundo dolor por no querer casarme, por querer decírselo a Silas y no atreverme a hacerlo. Me hería saber que por muy honesta que había conseguido ser conmigo misma, no podría serlo con los demás por la necesidad de agradarles. Sufría por saber que el desinterés que mostraba Silas sobre mí, también ocurría la inversa y con mayor intensidad. En un momento de desesperación, donde no pude contener más las lágrimas, quise rescatar de la papelera aún sin vaciar la carta donde le confesaba que no quería casarme con él y entregársela, pero me detuvo el miedo de no volver a tenerlo en mi vida.

En aquellos días, los miembros de mi familia se habían pasado más de lo común por mi habitación, y tuve que hacerles creer que tenía algún tipo de dolencia estomacal que explicaba mi falta de apetito para no preocuparlos más de la cuenta.

La tarde del miércoles recopilé las pocas fuerzas que tenía y decidí levantarme de la cama. Había quedado en visitar a Ofira para seguir con el vestido por la mañana y me sentía muy culpable de no haber asistido. Por lo que, después de vestirme, cogí su vestido que ya había empezado a oler más a mí que a ella, y con la intención de disculparme y entregarle la prenda que me dejó, me dirigí a su casa.

Mientras caminaba, aquellos síntomas seguían agarrándose a mis entrañas con fuerzas, hasta que llamé a su puerta y el corazón comenzó a latirme con tanta vehemencia que creía que me iba a dar un infarto.

—Buenas tardes Deva, me alegro de verte por aquí.

Sentí las palabras como el abrazo de consuelo que necesitaba y mis ojos comenzaron a humedecerse. Su rostro me indicaba que realmente estaba contenta por mi llegada. La temperatura de mi cuerpo se tornó cálido, pero no como estaba acostumbrada a sentir en su presencia, se trataba de un calor reconfortante, que alivia y acaricia.

—Buenas tardes —contesté con la voz algo temblorosa—. Siento haber venido tan tarde, no me sentía bien esta mañana —pude sincerarme, aunque obviando el por qué.

—No te preocupes —sonrió— ¿Ahora te sientes mejor?

Asentí con la cabeza y le acerqué el vestido.

Las letras de DevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora