Capítulo Veinticuatro

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La hierba estaba ligeramente húmeda ya que, a pesar de que las temperaturas estuvieran incrementando en la comarca, allí se escondía un clima constante con olor a petricor

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La hierba estaba ligeramente húmeda ya que, a pesar de que las temperaturas estuvieran incrementando en la comarca, allí se escondía un clima constante con olor a petricor.

Me dejé caer sobre el césped y, sintiendo cómo los pequeños filamentos se clavaban por mi espalda, empecé a mirar al cielo, aquel que tan solo se podía ver cuando el aire agitaba las hojas del sauce.

Mi corazón seguía discutiendo en mi interior, con latidos que se llegaban a acumular en mis oídos. A su vez, la inquietud de mi alma no me permitía estar más de dos minutos en la misma posición, por lo que mi vestido comenzó a mancharse de barro. Terminé sentándome con las rodillas sobre mi pecho, y contemplé el horizonte formado de árboles que rodeaban al lago, aquel que otorgaba al lugar aquella temperatura mágica.

Me quité los zapatos y los dejé colocados uno junto al otro bajo aquella inmensa sombra. Caminé hacia la orilla, sintiendo al fango colarse entre los dedos de mis pies. Aquello me invadió de nostalgia, ya que volvió a mí el recuerdo del que, hasta el momento, había sido el mejor día de mi vida. Cerré los ojos, percibiendo un suelo idéntico al que creó Ofira cuando comenzó a mojarme con la manguera. Entonces una lágrima volvió a recorrer mi mejilla, aún fría y húmeda.

"¿Hice lo correcto?".

Los colores ocres del atardecer comenzaban a reflejarse sobre el agua del lago. Había decidido sentarme, dejando que las pequeñas olas continuaran alcanzando mis pies y que mi vestido cada vez estuviese más embarrado. Solía odiar aquella sensación de suciedad, pero mi interior me pedía estar en contacto con algo que me hiciera sentir que aún seguía viva.

No sé si aquello que empecé a percibir era calma o el vacío de mi alma. El silencio se volvió a apoderar de mi mente, cuestión que esta vez agradecí, porque ya no podía aguantar más aquel hostigamiento que yo misma había provocado con mis decisiones.

Me mantuve de aquella manera hasta que, detrás de mí, unos sonidos en la vegetación irrumpieron de golpe y volvió el caos a mi cabeza. Me levanté y fui corriendo hacia el sauce. Empecé a dar vueltas, nerviosa por no saber qué sería aquello que estaba generando movimientos en las hojas de los arbustos. Cuando intuí que lo que había formado aquel ruido saldría, tuve el impulso de esconderme tras el tronco del árbol. Me llevé las manos a la boca, ya que mi respiración estaba demasiado agitada. No estaba acostumbrada a que nadie fuera a mi lugar seguro y no estaba preparada para hacerlo. Mi corazón comenzó a ir deprisa, hasta que la vi.

Ofira dejó la bicicleta en el suelo y, a orillas del lago empezó a gritar mi nombre. Me quedé tan paralizada que hasta mi corazón se detuvo durante un segundo. Había venido, y me estaba buscando.

Miraba a todos lados, intentando encontrarme entre toda aquella flora.

—¡Deva! —seguía gritando, y cada vez la voz se le quebraba más.

Estaba preocupada, y verla así fue lo que me propulsó a salir de mi escondite. Comencé a andar hacia donde ella se encontraba.

"No la merezco".

Las letras de DevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora