Parte 4

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Mi cuerpo aún debilitado por el despojo de mi pureza de anoche, aún recuerdo como sus manos mancillaban mi piel, como su aroma se crea en imperfecciones sobre mi ser, lo odio, odio a Nick, no me muevo de la cama, la madre superiora Rocío viene y se sienta a mi lado.

—Hija, ¿Qué te ocurre? ¿Estas bien?— dicho esto, unas pequeñas lagrimas salen de mis ojos de nuevo, ella solo me acaricia la cabeza— hoy viene una nueva chica, es japonesa, me gustaría que la recibieras, después de todo, tu siempre las recibes con una sonrisa.

Solo se levanta y se va, sus pasos de poco en poco se van alejando hasta que el silencio vuelve a reinar el lugar, mis manos van a mis muslos y caderas, no me duelen, pero, aun siento como sus repugnantes dedos pasan por mi piel, solo sigo llorando, en mi pecho solo hay un gran vacío, mis manos abandonan mis caderas para ir a mi rostro, de nueva cuenta lloro sola, sin que nadie me escuche, veo a Asmodeus y una de sus manos toma mi tobillo con gentileza, me toca con miedo de romperme, su tacto es reconfortarle pero frío.

—Deja de llorar, ese acto no hará que tu perpetrador muera,— se quedo callado, su voz suena monótona, sin tono alguno, hasta fría —se que te duele el alma, pero el no debe de disfrutar de esto... Maldita humana, debes de vengarte, se de lo que eres capaz— se escucha un tks, de su parte.

—Tengo que ir por una nueva hermana, me dijo la madre superiora que es una japonesa— mi voz es triste, mi cuerpo pide por un poco de amor, o por lo menos, algo de piedad, sus ojos cenizos me escanean de nuevo, pero ya no muestran tanta lujuria, ahora solo es curiosidad ante mi llanto y mi dolor —tengo que cambiarme.

—No le permitas que se salga con la suya, eres demasiado astuta como para dejarte caer por esto, se lo que paso en tu historia, se lo que haces, lo que hiciste... Esto no es nada— su voz ya suena como antes, juguetona y hasta astuta de las palabras que dice.

Dicho esto, chasqueando los dedos deja una leve neblina, su cuerpo desaparece, por el contrario yo, aún tengo que vestirme, salgo de las sabanas, arrastro con pereza mis pies, mis manos van a mi vientre, tengo hambre pero hay que ir por la japonesa, me dirijo a las duchas, el agua fría que recorre mi cuerpo hace que aquellas manos dejen de estar sobre mi, me restriego con un poco de fuerza para no oler a él, al hijo de puta de Nick, me siento tan sucia, de mis ojos vuelven a salir aquellas lágrimas amargas, mis manos van a mi cabeza, aplico un poco de champú, pero recuerdo como toco mi cabeza, me siento tan vacía, trato de olvidar lo que sucedió el día anterior, pero me es imposible, salgo de las regaderas y me visto a como es mandado dentro de este recinto, camino de manera inconsciente hacia la puerta principal del convento y sin darme cuenta, estoy frente a una chica muy hermosa, mis ojos se posan sobre ella y creo que a ella le gusta la atención.

—Hola querida, Astrid Mondragón ¿Cierto?— su voz es algo relajada pero a la vez algo enérgica —¿Me podrías decir donde está Astrid?

—Yo soy Astrid— me quedo callada unos segundos, ella con su mirada impaciente me toma de la mano, me siento incómoda, así que la suelto — y te llevaré a la habitación donde todas estamos... Y no me vuelvas a tocar.

—Una disculpa querida... Me presento, soy Izanami Kento, se que no te importa mi nombre, pero te lo digo, creo que soy la única oriental aquí.

 Aún esta vestida de civil, su cabello es largo, lacio y azabache, sus ojos son como dos pequeñas aceitunas negras, su piel es blanca, tan blanca como la leche, ella cumple con el estándar de mujer bien proporcionada, caderas anchas, cintura pequeña y senos de un tamaño vasto, sus labios son pequeños y delgados

—Necesito conocer a las demás chicas— sus ojos están llenos de emoción ante lo que podría pasar.

—La madre superiora Rocío me dijo que vendría una japonesa, no creí que hablaran mucho los de tu país.

Un ángel caído   (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora