PRÓLOGO

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00.


 Las etapas del duelo.

Oh, dulce vacío. Hermosa y solemne oscuridad. La inmensidad de los cielos y el mar se empequeñecen ante el profundo abismo que hay más allá del entendimiento mortal.


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El asfalto estaba mojado; brillaba ante las luces de los autos de aquellos que, consternados, bajaban la velocidad para observar aquel aparatoso accidente.

—¡Atrás, atrás! ¡Este perímetro se encuentra cerrado! —gritó un uniformado, que tenía más actitud de policía que de paramédico pese al atuendo que le identificaba como uno, en un intento de disipar a la multitud en la calle—. ¡No hay nada que ver aquí, señores!

Muchos sollozos. El olor a petricor impregnado en el aire se mezclaba con el humo que emanaba de entre la carrocería de un autobús reducido a chatarra contra uno de los muros de contención del puente.

Al igual que los tres, quizá seis, autos que colisionaron unos contra otros cuando ocurrió el aparatoso accidente, los cuales arrastraron a su paso a una pobre motocicleta, y a un par de peatones que, efectivamente, yacían ya muertos en el asfalto.

La noche estaba llena de impotencia y asombro, mientras el sonido de ambulancias, seguido de los gritos desesperados de las personas que intentaban salir de debajo de los vehículos llenaron todo el puente de horror.

Eran caos y pánico en su máximo esplendor.

Pero él en realidad no podía moverse del medio del puente.

Observó sus pies, había comenzado a lloviznar, lo supo por las pequeñas gotas que caían sobre la punta de sus zapatos.

Levantó la cabeza, viendo a su alrededor, desconcertado al ver a tantas personas correr alarmadas. Era muy extraño simplemente pensar que hacía unos instantes él mismo estaba saliendo de su edificio, que al conducir a través de ese puente le irritó saber que terminaría atrapado en este embotellamiento producto del accidente.

Tenía una cena muy importante esa noche, y nada podía salir mal; aunque claro, su novia iba a matarlo por hacerla esperar tanto tiempo. Pero bien, esperaba omitiera los reproches por su tardanza cuando viera el anillo que le había comprado.

Porque sí, después de un largo tiempo como novios, esta noche, Jeon Jungkook le pediría que fuera su esposa.

Sin embargo, no entendía qué le había hecho dejar su auto en medio de la vía, era como si un lapso de su mente se hubiese perdido por un segundo; pero no tenía tiempo, al igual que el resto de los curiosos, comenzó a caminar hacia las luces de las ambulancias.

El viento era tan frío que las personas sacaban vaho por la boca, y sus afligidos rostros en medio del llanto, parecían estáticos.

Llegó al borde del área acordonada, alzó las cejas ligeramente, con lástima mientras el personal comenzaba a retirar los cuerpos del asfalto, era una escena completamente perturbadora, por no decir tétrica.

—¡Era mi esposa! —escuchó gritar a su lado, pero no, la policía ya había llegado y estaban dispersando a todos. La mujer se arrodilló, gritaba al lado de Jungkook llamando la atención de todos, y él no pudo hacer más que retroceder, sin saber cómo reaccionar.

LO BUENO DE ESTAR MUERTO. «JJK.KTH»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora