El beso.

220 22 0
                                    


Capítulo Cuatro.

El beso.

Observando el reloj que tenía en su mesa de noche, Hermione esperó que los minutos pasaran hasta que dieron las ocho de la mañana y sonara su alarma, señal de que comenzaba su día. Desde la plática que había tenido con Harry la madrugada del viernes, su mente no había dejado de trabajar. Incapaz de concentrarse en algo más, había suspendido su asesoría de tesis el sábado, por primera vez en la vida. Su profesor, preocupado y suponiendo que estaba enferma, le había dicho que se tomara el tiempo necesario para recuperarse. "Si tan sólo fuera tan fácil como una gripe" pensó ella, mientras desactivaba su alarma y se levantaba para desayunar algo.

Había hablado con Harry por teléfono cada día para cumplir los términos de la apuesta, pero los fines de semana siempre eran los días más ocupados para el muchacho, así que sus conversaciones se habían limitado a saludos. Hoy por fin se verían, y Hermione no podía estar más impaciente. Cuando despertaron el viernes, a Harry se le había hecho tan tarde para su turno que literalmente se había terminado de vestir en el taxi camino a la Posada.

—Tranquila, tranquila —se dijo a sí misma mientras se servía un té —Aún faltan ocho horas para que vayas a verlo.

El pensamiento no la ayudó. Intentó leer, corregir los artículos que esa semana debía enviar a la editorial, ver la televisión, e incluso volver a dormir, pero nada la distraía. Le dio tiempo de limpiar su casa por completo y bañarse antes de mediodía. Justo cuando el reloj marcaba las doce, el teléfono sonó.

—¿Diga? —contestó Hermione con tono alterado.

—Hola, Mione, soy yo —la voz de Harry se escuchó del otro lado y Hermione inmediatamente supo que algo había pasado —Escucha... no vamos a poder salir hoy.

—¿Por? —la chica esperaba que Harry no hubiera escuchado tan lastimero su tono como a ella le había sonado.

—La chica nueva, Luna —Hermione oyó cómo él tuvo que comprobar el nombre leyéndolo de algún lado —Avisó que no podía venir, y como es el día de descanso de Dean, me tengo que quedar a cubrir el turno yo.

La castaña pasó del entusiasmo, al enojo y a la tristeza antes de que se le ocurriera una idea.

—¿Y si voy para allá y me quedó a cubrir el turno contigo? —dijo ilusionada.

—¿Extrañas las grandiosas propinas que dan los huéspedes? —contestó él en tono bromista.

Cada verano, desde que cumplieron los quince hasta el primer año de la universidad, los amigos habían trabajado en la Posada. La cantidad de turistas era tan grande que a los señores Potter siempre les hacía falta una mano extra, y los señores Granger le permitieron a su hija trabajar, pensando que era una buena forma de aprender sobre responsabilidad y el valor del dinero. Los chicos, por otra parte, disfrutaban de tener un poco de dinero por primera vez en su vida, principalmente gracias a las propinas.

—No me vendrían mal un par de euros extra —confirmó ella riendo.

—Aquí te espero —dijo él antes de colgar. Sin encontrar un buen motivo para esperar a las cuatro de la tarde, Hermione tomó su bolso y salió de su casa rumbo a la Posada.

Cuando llegó, se detuvo en la puerta un momento antes de entrar y vio cómo Harry atendía a una familia que se estaba registrando. Tuvo una extraña regresión en ese momento; el muchacho era increíblemente parecido a su padre, James, y casi esperaba que en cualquier momento se acercara una alegre pelirroja para ayudarlo.

El juego del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora