Charla nocturna

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    Intentó recordar dónde vivía la señora Giffs poniendo toda su concentración en las calles y los letreros. Frunció el entrecejo, pensativa, pero no logró acordarse del nombre de la calle en la que vivía la dichosa mujer. Se enfadó por su ignorancia y siguió caminando perdida. Recordaba haber pasado muchas veces por su puerta cuando salía a montar a caballo, afición que sus padres consideraban «digna de una princesa».

     Continuó buscando un rato más, hasta que se dio por vencida. Temía haberse alejado mucho del castillo y no quería que oscureciera mientras ella estaba fuera. A sus padres no les haría ninguna gracia eso. Cuando estuvo a punto de girar y dar media vuelta, vislumbró una sombra moverse a su izquierda. Se sobresaltó asustada y se acercó lentamente hacia un arbusto muy descuidado. Aguardó unos segundos, intentando escuchar algún sonido y de repente las hojas comenzaron a moverse. Era un movimiento muy leve, pero estaba segura de que había algo. Podía ser una rata o un gato. Como vio que no salía nada, lo dejó estar y emprendió su marcha, de camino a casa. «Seguro que era un gato», se dijo despreocupada. Ya casi se le había pasado el enfado de antes, pero al recordar que no había encontrado a la mujer que buscaba, volvió a mosquearse. Se tranquilizó diciéndose que la volvería a ver. Seguro.

     ¡WUAU!

     Se giró dando un respingo. Se quedó quieta en el sitio, rezando por que no fuera un lobo, o algo peor...

     Tardó unos instantes en acordarse que los lobos no ladraban. Y que tampoco los había por aquella zona.

     ¡WUAU!

     Entornó los ojos, intentando ver lo que había y vió que en la acera, se encontraba un adorable cachorro tumbado patas arriba.

     —¡Dios mío! ¡Un perro! —exclamó como si no fuese evidente—. ¿Te has perdido? —le preguntó y el perro le contestó con otro ladrido, que era demasiado fuerte en comparación con su diminuto cuerpo. A Emma le hizo gracia ese detalle.

     Decidió acercarse a la criatura a pesar de las muchas advertencias que le hacía constantemente su madre sobre los animales callejeros: «Nunca, nunca te acerques a los perros, gatos o cualquier animal. Podrían contagiarte una horrible enfermedad». Lo ignoró olímpicamente y lo cogió con cuidado. Lo acarició, experimentando un inmenso placer. Su pelo, que era de un color marrón claro, era muy suave y olía bien. Esto le hizo pensar que debía de tener un dueño. Un dueño que además lo debía tratar bien. Lo cogió cariñosamente y lo estrechó sobre su pecho mientras miraba alrededor para ver si veía al propietario. Pero aquella calle estaba completamente vacía y ni siquiera recordaba haber pasado por allí nunca. Eso la asustó más. No quería perderse, ni mucho menos llegar de noche. Sería un escándalo y volvería a liarla como ya hizo anteriormente. Miró al perro, al que estaba a punto de dejar de nuevo y le dio lástima. Parecía que se había dormido porque apenas se movía, aunque notaba su respiración (dato que se encargó de comprobar, alarmada temiendo haberlo ahogado). No quería dejarlo allí solo. Debatió seriamente si llevarlo consigo, idea que descartó de inmediato al recordar la alergia que tenía su padre a los animales con pelo. Soltó un bufido y volvió a mirar por el lugar sin suerte.

     —¡Maldita sea! —exclamó entonces una voz desconocida detrás de la joven que hizo que se volviera a sobresaltar.

     Se giró y encontró a un chico que se dirigía a ella. Juraría que nunca lo había visto por el reino. «Tal vez sea un viajero», pensó. Pero lo descartó al ver lo bien que vestía. Tal vez se tratara de un noble, aunque lo dudaba por la manera en la que caminaba. No parecía muy elegante. ¿Pero cómo vestía tan bien?

     Entonces, cuando él reparó en la presencia de la chica, se paró en seco y observó lo que sostenía sobre sus brazos con tanta fuerza. La joven retrocedió instintivamente como si tratara de proteger al perro.

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⏰ Última actualización: Apr 01, 2022 ⏰

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