Capítulo 5

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Nunca antes había sentido una emoción tan profunda como la que lo embargó cuando ella dijo esas palabras. Su voz le provocó un estremecimiento en todo el cuerpo a la vez que su corazón se llenó de una sobrecogedora calidez tan deliciosa como inesperada. Allí estaba su pequeña niña de ojos azules y mirada triste, quien lejos de mostrarse asustada o sorprendida, lo observaba con absoluta devoción y admiración.

Notó el asombro en sus hermanos, los cuales, uno a cada lado de él, intercambiaron una rápida mirada. No tuvo necesidad de leer sus mentes para saber lo que estaban pensando. Hacía cientos de años que los ángeles se habían marchado para no volver, que abandonaron a la humanidad dejándola a merced de los caprichos de seres malignos y oscuros, de peligrosos demonios... como ellos.

A raíz de sanguinarias batallas y años de lucha, los guardianes de luz, como se hacían llamar a sí mismos, habían desaparecido de la vida de las personas cuando estas más los necesitaban y, por culpa de eso, los humanos debieron soportar dolorosas y traumáticas pérdidas. Su gente aprovechó la ventaja para esparcir por el mundo su odio y resentimiento avivando oscuras pasiones y aniquilando cualquier vestigio de pureza que pudiese quedar en sus frágiles corazones.

Pero Ezequiel no fue capaz de seguir soportando la injusticia y podredumbre que lo rodeaba y, aunque era consciente de que su padre lo tomaría como una declaración de guerra, renunció a su familia para seguir su propio camino. Sabía que sería perseguido, que sus leales súbditos irían tras él intentando cazarlo y destruirlo. Sin embargo, eso no lo detuvo. Así hubiese tenido que esconderse por el resto de su vida, lo habría hecho con tal de proteger y ayudar a esa raza inferior que, incluso con defectos y falencias, era merecedora de amor y felicidad.

Lo que no había esperado era que sus hermanos se unieran a él. Animados por su coraje y valentía, no solo se volvieron sus discípulos, sino sus protectores, sus más fieles compañeros en un camino sin retorno, en una guerra sin fin contra los de su propia especie. Hoy era plenamente consciente de que, sin su invaluable apoyo, no habría podido sobrevivir al continuo acecho de sus enemigos. Sin ellos, no habría llegado tan lejos. No sería el líder de la mayor rebelión en la historia.

Aun así, pese a que no se parecían en nada a aquellos despreciables seres, tenían muy en claro que no eran puros ni celestiales. Eran demasiado conscientes de sus raíces como para ignorarlas y sabían que, por mucho que lo intentaran, hicieran lo que hiciesen, jamás alcanzarían la redención simplemente porque no eran dignos de ella. Tal vez por esto, las palabras de la joven los había impactado tanto.

Alma no podía dejar de mirar a ese impresionante hombre que, de pie frente a ella, la contemplaba en silencio. Alto, fuerte y con el rostro más hermoso que había visto alguna vez, tenía sus ojos, del color de la plata fundida, fijos en los de ella transmitiéndole, con su mirada, un profundo e inagotable cariño. Era la primera vez que lo veía, pero sabía perfectamente de quien se trataba. No había duda alguna. Era él. Su ángel guardián.

Si bien podía notar la fuerte energía que emanaba de los otros dos hombres, apostados uno a cada lado de este, sus ojos no se despegaron en ningún momento de los de él. Lo habían llamado Ezequiel y el nombre le parecía precioso. No sabía cómo, pero le pegaba. Significaba fortaleza y no encontraba mejor adjetivo para describir a su protector, a ese maravilloso ser que había llegado a ella en su peor momento para no dejarla más.

Sonrió ante el derrotero que habían tomado sus pensamientos. Si antes había creído que estaba loca, ahora terminaba de confirmarlo. Cualquier persona en su lugar, estaría aterrada de tener a tres desconocidos en su casa. Tres hermosos, imponentes e intimidantes hombres. En cambio, ella, solo podía sentir paz. Una ya familiar sensación de calma absoluta.

La reacción de los tres hermanos a aquella preciosa e inesperada sonrisa no pudo haber sido más diferente. Mientras Rafael imitaba el gesto, divertido y sorprendido en partes iguales, Jeremías arqueaba una ceja, en clara señal de desconfianza. Ezequiel, por el contrario, contuvo el aliento mientras una intensa emoción llenaba su pecho. Sus ojos aterrizaron en el acto en sus rosados y carnosos labios y todo su interior vibró ante el imperioso deseo de besarla. ¡Mierda, ¿qué le estaba pasando?!

Su ángel guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora