Estaba pensando cómo acercarme a él, para saber más, indagar en ese silencio tan calmo como el hielo que flota en un mar infinito, para oír su voz; jamás lo había escuchado hablar, y no sabía qué esperar. Cavilé por mucho tiempo sobre el asunto, cuando un día, sin previo aviso, y por magia del dios de las coincidencias, me lo encontré un fin de semana cuando salí de casa a pagar la cuenta del agua, pues el servicio de pago por internet había sido suspendido por unos días. Venía con ropa de calle, entero de negro, y con un andar tan distraído y tranquilo que cualquiera habría pensado que era un ser de otra época. Lo vi coger un número y tomar asiento en un lugar apartado, y entonces esperó en silencio, sin mirar a nadie, con los ojos mirando hacia dentro suyo.
Me senté cerca de él a propósito, a dos asientos de distancia. Pensé que cumpliría la labor tradicional de hombre y me hablaría, pero creo que fue demasiado exigente esperar algo así de él, sobre todo por el hecho de que nunca antes habíamos hablado. Si se percató de mi presencia, lo disimuló muy bien; quizá sí me notó, porque me detuve a mirarlo en detalle. Me fijé en su cabello oscuro y bien peinado, en su piel trigueña más clara que oscura, en su nariz aguileña y su silueta flaca, que yo sabía era de las más fuertes en mi generación. Pero él no me miró. Si tan solo lo hubiera hecho, yo le habría sostenido la vista, y me hubiera tenido que hablar; si no lo hacía, me habría decepcionado y hubiera perdido todo interés en él, por indolente o cobarde, quizás. Pero no me miró; yo era para él parte de un paisaje que pasaba completamente desapercibido, igual que él para con los demás. A pesar de que me sentía un poco nerviosa, no me aguanté las ganas, y me deslicé un asiento para hablarle. Entonces me miró, porque sintió el movimiento y el sonido evidente de un acercamiento claramente intencionado. Nuestros ojos se encontraron, y mi corazón se halló ante una circunstancia contradictoria. Por un lado, me arrepentí de mi impulso irreflexivo, pero por otro, me vi hechizada por sus ojos profundos, penetrantes, que parecían capaces de secuestrar mi alma. Pero no la aparté, pues mi corazón se volvió instantáneamente adicto a la sensación de ser contemplada por ese chico misterioso que no parecía importarle ser invisible, a pesar de que tenía bases para resaltar incluso al nivel de los más populares.
—Yo te conozco —dijo de repente.
—Ah, sí, somos compañeros de curso. No esperaba que me reconocieras.
—¿De verdad? Todos en la clase te conocen. —Jacinto no parecía dudar al respecto.
—Entonces, ¿sabes quién soy? —le pregunté con cierta curiosidad.
—Sí. Javiera Mirella. —De algún modo, me alegró que ya estuviera enterado de mi existencia, así como también de mi nombre.
—Yo también te conozco. Jacinto Flores, ¿cierto? —Él confirmó con un asentimiento de cabeza.
—Eso sí es una sorpresa —dijo sin parecer sorprendido, sin agregar nada más.
—... No creas. Destacas más de lo que piensas —le comenté como respuesta.
—Si tú lo dices. —Jacinto guardó silencio después de eso, pero luego agregó—. Esto tardará un rato. Qué bueno que la sala de espera sea grande.
Entonces me pregunté si había algún significado detrás de esas palabras. "¿Qué bueno estar los dos juntos esperando? Así es más agradable esperar nuestro turno." "¿Qué bueno habernos topado de casualidad?" Pensamientos así pasaron por mi cabeza, y siguieron pasando después de que respondí a su comentario.
—Sí, tienes razón. Es mejor esperar en compañía, ¿no? —Pero su reacción curiosa me hizo sentir que tal vez lo malinterpreté, y que en verdad se refería literalmente al espacio. Disimulé como mejor pude mi vergüenza y desvié la mirada, hasta que oí su respuesta.
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UN CHICO QUE NADIE VEÍA
RomantikJaviera es una chica simpática de buena posición social en su escuela. Por casualidad se empieza a interesar en el chico tranquilo que no socializa demasiado, pero que curiosamente es muy aplicado en todas las materias, incluso educación física y de...